Grito Vacío
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miércoles, 27 de diciembre de 2017

Decisiones

               Me he despertado en una encrucijada. Ahora estoy cubierto de polvo y no sé cómo volver. El viento borró mis huellas y no sé qué sendero tomar.

               Abro la maleta que se encuentra a mi lado. Sucia y desgastada. En ella encuentro unas monedas y billetes para tren. No veo vías ni ningún lugar donde poder comprar algo para comer. La ropa que allí había no era mía, estaba muy limpia, con algún que otro descosido en los pantalones a la altura de la rodilla, las coderas desgastadas y aún así todo estaba muy pulcramente guardado. Aquello no era mío, no era de mi talla. O muy grande o muy pequeño.

               Debajo de la ropa, había un mapa y una brújula. El papel del mapa estaba borroso, a duras penas podía distinguir las montañas y caminos; la aguja de la brújula giraba como loca. Estaba perdido.

               Seguí rebuscando entre los bolsillitos. En ella, había juguetes, más monedas, una navaja de afeitar, espuma, una pitillera y un diario. Abrí la maleta completamente y seguí buscando comida y agua. Allí no había nada que se le pareciese. Agarré la pitillera y no había tabaco. Notaba como dentro de mí algo se ahogaba. La garganta la tenía seca y los latidos de mi corazón sonaban más fuertes.

               Me exasperé y rasgué la ropa, rompí la maleta y los juguetes, alejé de mí todo y cuanto había allí. Grité hasta dejarme la voz, golpeé el suelo hasta dejarme los nudillos en carne viva. Y cuanto más me enfadaba, más triste me encontraba. Por las lágrimas, apenas podía vislumbrar los senderos. Y cuando me di cuenta, el sol ya había desaparecido. Me acosté abatido.

               Una fuerte ráfaga de viento, arrastró el diario. Aún algo furioso, lo ignoré. Pasaron las horas y no pude dormir. Me levanté del suelo y recogí todo el estropicio. ¿Por qué? No lo sé. Me sentía mal conmigo mismo, no tenía por qué pagarlo con aquellas cosas.

               La maleta estaba tirada, las ropas rasgadas y los juguetes destrozados. Cogí todo y lo metí como pude en la maleta y la cerré. Cuando ya había podido cerrar la maleta, vi el diario al lado de un manzano. Agarré dos manzanas y me las comí. Entonces con la tripa llena, empecé a leer. Tal vez allí encontrase algo.

               Cuando salió el sol, agarré la maleta y me metí en los bolsillos unas manzanas más. A los pocos pasos, me volví a encontrar en la encrucijada. Había un sendero, un camino llano y otro que, si solo entrecerrabas los ojos, podías distinguirlo entre las ramas de los árboles. El primero se dirigía hacia la puesta de sol, otro hacía las montañas y el último no lo sabía. ¿Qué era aquello que me depararía el camino? ¿Qué ruta debía escoger? Entonces recordé el diario. Sonreí.

               Todos los caminos llevan al mismo sitio, hacia el futuro. Da igual de dónde vengas, a dónde vayas. El mañana llegará. Y es nuestro deber decidir, a pesar de las dudas, del miedo y la rabia. Anda, llegar es solo una parte del camino.


               Aunque todo esto es una metáfora, el diario mi pensamiento y la maleta mi corazón. Allí guardaba mis recuerdos de la infancia y lo que yo quería ser. Y aunque esté roto o sea viejo, aunque esté desgastado, soy lo que decido tomar y dejar. Soy el camino que yo elijo.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Tabaco

            - ¿Te has enamorado alguna vez?

            - No sé si llamarlo amor. Nos consumíamos mutuamente a fuego lento. Pero si me preguntas, no sé si es amor. Hay noches en las que sueño con su roce con mis labios. El valor que me inspiraba y el calor que me brindaba. No sé si llamarlo amor, pero sí que caí en su trampa.

            Ella era una habitual en las fiestas a las que íbamos mis colegas y yo. Había veces que ella estaba en manos de uno, luego a otro. Otras, estaba con todos a la vez.

            No la juzgues. Es su forma de ser y a nosotros no nos importaba.

            Las primeras veces que estuvimos solos, mis manos temblaban. Con el tiempo mis dedos recordaban y aprendían a tocar su cuerpo. Su piel era papel y bajo ella se escondían secretos que con el tiempo empecé a notar.

            Al principio, nos encontrábamos los fines de semana. Luego, entre las clases. Nuestra relación empezaba a envenenarme y no me importaba. Yo quería más de lo que ella me cedía. Así que puso un precio, gustosamente pagaba por él. Dejé de hacer deporte con la excusa del tiempo. Mis estudios empeoraron. Todo fue porque yo fui débil. Pero no me importó.

            Algunas veces, sentía que despertaba de una especie de letargo. Sobre todo, cuando me era imposible verla. Sentía que una parte de cabeza, había una voz que gritaba furiosa. Ella no me hacía ningún bien. Aún recuerdo aquella sensación. Fue en aquel momento que empecé a ver la verdad y no fue agradable…

            La comida no tenía el mismo sabor. Los olores que antes me deleitaban, ahora ya no estaban. En mis labios marcas negras y mis dientes machados. En mis pulgares, la piel también estaba como amarillenta. Dormía más y descansaba menos. Había perdido un tiempo precioso de mi vida. Y ella… bueno, ella seguía igual. En boca de tantos, liada y encendida. Siempre joven. Siempre consumida. Ella es el tabaco, un veneno que te consume. Y aunque me mata y lo sé. Pero hay veces en las que fumo o sigo queriendo encenderme un pitillo. Aspirar su humo y olvidarme de todo.

            Soy débil, porque antes también lo fui y me negué a ver la verdad. Y aunque esto no sea amor, has de saber que hay personas que son así. Te consumen y te vuelven una marioneta. Fui débil porque me dejé llevar por un romance que te pudre los pulmones, te aletarga y te mata lentamente.


               Ahora, que soy consciente, debo cambiar.

viernes, 20 de octubre de 2017

Otro relato corto (22)

              -Tal vez os he aburrido mucho, dejad que este anciano desvaríe un poco.

            -No que va, ha estado entretenida -dijo uno de los mercenarios, mientras ponía un leño encima de las brasas.

            - ¿Pero no hay más? -preguntó el otro.

            - Siempre hay más. Pero primero comamos un poco. Huele que alimenta la cazuela.

            Mientras uno de su bolsa sacaba varios cuencos, el más joven cortaba un poco de queso con su puñal. El anciano, les miraba mientras que a pequeños sorbos tomaba más vino.

            -Me gustaría poder usar magia sin que tenga que ser para luchar -se quejó uno de los mercenarios.

            - La magia es peligrosa, supongo que te lo habrán enseñado. Las cosas que uno puede hacer con ella, son maravillosas, pero a un alto precio. Aunque por lo que tengo entendido la magia que se usa en batalla, no es tan perjudicial.

            El mercenario que estaba más alejado, traía consigo otra jarra llena de vino. Se sentó y le metió un capón a su compañero más joven.

            -Sirve de una maldita vez, tengo hambre… -luego miró al anciano y dijo- No, no es tan dañina a nivel mental. Pero también hay un precio. Nuestros cuerpos no son capaces de sintetizar gran cantidad de magia, pero somos capaces de canalizarla con bastante facilidad. Reforzar nuestros cuerpos y poco más. Pero hay quien se somete a distintos tipos de experimentos, sobre todo en el ejército.

            Un silencio incómodo, todo el mundo había escuchado algún que otro rumor sobre cosas grotescas, pero el ejército… Aquello era una cosa de la que no se quería hablar. Hombres que daban cualquier cosa por defender su país o demasiado desesperados para encontrar algo mejor. La paga era buena, había comida en abundancia, pero una vez entrabas, era muy difícil salir. Muchos no volvían.

            - ¿Estuviste en el ejército?

            -No, cuando era muy joven mi padre, me abandonó enfrente de uno de los cuarteles. Solo era un niño, pero aun así me entrenaron como un soldado. Cuando tuve la edad, me dieron a elegir. Y durante la noche antes de prestar juramento, escapé.

            Los tres comieron en silencio, pasándose el pan y bebiendo vino y agua. El más joven terminó el primero y por ello rompió el silencio.

            - ¿Por qué es tan peligrosa la magia?

            -A pesar de que sea algo natural, la magia doblega a quien la usa. Actúa como un veneno, se queda en los huesos y el cuerpo no es capaz de expulsarla con facilidad. Su uso es adictivo y corrompe a quien no sabe controlarse. Por eso hay pocos magos que llegan a viejos. Afecta a la forma de pensar, los defectos los acentúa, a otros les hace escuchar voces… También hay quien se queda ciego y hay quien no le pasa nada más que una simple urticaria. Pero esos son los casos más leves. Pero hay un punto de no retorno, el cuerpo y la mente, mutan y ya no habrá forma de escapar. Tu mente y cuerpo querrán más y más… Por eso es mejor, mantener el control y no depender de ella.

            - ¿Fumas? -preguntó el otro, mientras sacaba una bolsita y una pipa-.

         - Sí, traigo mi propia pipa y tabaco, -dijo riendo mientras el anciano repetía el proceso-.

            Ambos se pusieron cómodos y el joven ya volvía con una cara perturbada.

            -No te preocupes por eso de la magia. Simplemente usa la cabeza. Todos estamos contaminados por ella, pero cuanto más dependas peor. Además, usas magia de batalla, así que no deberías preocuparte. Ahora siéntate y que el señor continúe con la historia.


            -Bueno, por donde me había quedado… -dio una gran calada, la retuvo durante un segundo y exhaló el humo por la nariz y la boca- Ah, ya…

Buenos días y siento no haber publicado nada últimamente, pero no me encontraba con ganas. No prometo nada pero se que seguiré subiendo más contenido. Muchas gracias por la paciencia. Por cierto, de vez en cuando subo algún trocito de lo que he llamado Diario de Irandi. Creo que os puede gustar, si a alguien le interesa que me siga en instagram. Bueno, hasta luego jajajaja

miércoles, 19 de julio de 2017

Sí. Me acuerdo de todo.

                Cada vez que salgo a pasear es para ahuyentar fantasmas. Negros pensamientos que me persiguen. Alternando falsas sonrisas con rabietas. Estoy susceptiblemente cabreado y con ganas de pagar mi ira con todos y con nadie a la vez.

               Mi alrededor va hacia adelante y yo me estoy rezagando. Y aunque hace calor, siento que tengo frío el corazón. El olvido y el silencio está ahí, a la vuelta de la esquina.

               Me pongo los cascos pequeños y el volumen al máximo. Todo para enfrentarme al silencio. Pero a la soledad… no tengo nada con lo que combatir. Simplemente no hay nada. Sin piedra de toque, voy a tientas y a ciegas.

               La excusa de: “he de tener paciencia”, y la de: “cambiar de aires”. No me valen. Tengo algo que me arde en la tripa. Algo que me araña y chapotea. Las mariposas no tienen garras ni gritan. Mucho menos supuran.

               Vuelvo a verme en las sombras, en una habitación enorme. Dónde solo oigo voces y no siento el viento. En medio de la habitación hay una jaula, repleta de arañazos y de un candado roto. Rodeo la jaula con la mano, siento el frío metal y el tacto reseco de la sangre. La mía propia.


               Me siento en el sillón enfrente de ella. Miro el espejo de detrás y el reflejo me muestra la verdad, mi imagen superpuesta con los barrotes. Las paredes habrán cambiado, pero no la prisión. Solo cabe en mi cabeza una idea. Ira.

lunes, 17 de julio de 2017

Otro relato corto (21)

            El hombre de la carreta no se giró en ningún momento a mirar cómo se encontraban. Shiin se levantó como pudo, no había abierto el cofre de nuevo. La luna estaba menguando y él aún no podía captar suficiente magia. Miró al niño y posó su mano en la frente, apartándole un mechón de pelo oscuro. El chico había tomado una decisión, tal vez fuese por el miedo o por cualquier motivo, pero aquello se ajustaba a sus planes.

            - ¡Carretero, detente! -gritó Shiin.

            El hombre tiró de las riendas y cuando se detuvieron los caballos, Shiin bajó de la carreta. El posadero le había entregado un pequeño trozo de papel donde había dibujado un mapa de cómo llegar a Villa Roja.

            El chico se despertó y Shiin le indicó que le siguiese. Se acercó al carretero y le puso una moneda en la mano. Al rato, la carreta había desaparecido por el camino.

            Se pusieron a andar durante un rato por el mismo camino, se detuvieron frente a una bifurcación, donde había un poste con dos trozos de madera con pintadas. En el borde del camino, se vislumbraba un sendero por el cual siguieron andando. Así, estuvieron un bueno rato.

            Pronto llegaron a un claro donde había un pequeño estanque y detrás una casucha que estaba medio derruida. Cuando consiguieron rodearlo, Shiin dejó caer sus cosas, entró a la casa aquella y se escucharon golpes y Shiin maldecir. Salió gritando y hablando sobre un baúl.

            El niño entró hasta situarse detrás se Shiin. Aquella habitación estaba cubierta de arañazos y quemaduras. El suelo estaba ennegrecido y del techo solo había telarañas. En medio de todo aquello, solo había una mesa sucia y cubierta de polvo, al lado una silla con correas, impoluta, metálica y aun así parecía la más maltrada. Irradiaba odio.

            El chico agarró a Shiin, este se giró y vio el miedo en sus ojos. Él le sonrió y le susurró:


            -Ahora te toca a ti.

Si alguien sigue esta historia, aquí tienes un cachito más. No es mucho ni nah, pero voy a continuar y con suerte esta semana subo dos o tres trozos más. Un saludo y no olviden poner sus opiniones... Behg

sábado, 1 de julio de 2017

Un recuerdo de Irandi

             Él lloraba y maldecía. Tenía los ojos vendados, la boca amordazada y las manos y pies atadas a la silla. Lloraba por miedo, no por dolor. Aún no lo había tocado.

               Antes de amordazarlo, gritaba furioso. Simplemente me senté enfrente y lo escuché. Decía que tomaría venganza. Una y otra vez. Las horas pasaban y sus alardes de rebeldía se atenuaron. Yo seguía sentado mirándolo con un vaso de agua. Cuando me terminé el agua, le amordacé la boca.

               Al día siguiente, volví a bajar a la habitación. Él estaba durmiendo en la silla. Se despertó al cerrar la puerta. Se tensó y volvió a llorar. Le quité la mordaza y le di de beber y comer. No mucho. Le pregunté que sentía y no me respondió. Le quité la venda de los ojos y me senté enfrente de él. Miró cada esquina que pudo, la mesa con los utensilios, los cubiertos que estaban en mi plato y luego me miró a los ojos. Su único ojo estaba inyectado en sangre. El otro sólo era una cuenca vacía con una herida que curé. Poco a poco los fue cerrando por el sueño. La droga estaba surtiendo efecto. Le vendé los ojos de nuevo y salí de allí.

               Así fueron pasando los días y poco a poco él se fue adaptado a mí. Yo seguía con mis experimentos. Cada vez más agresivo y a su vez, necesitaba menos drogas para dormirlo. Había perdido el sentido del dolor. Cuando lo miraba no podía pensar que fuese humano.

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               A partir del segundo mes, empezó a comportarse de manera distinta. Cuando le quitaba las ataduras, no se movía. Seguía sentado y sin abrir los ojos. No movía ningún músculo e incluso permanecía relajado cuando le inyectaba pequeñas dosis de magia. Era sorprendente. Un ser que había conseguido retener en su cuerpo tal cantidad de magia y sin mutar. Aquello era… impresionante.

               Luego, al quinto mes, le dejé levantarse. No se tenía en pie. Le ayudé a lavarse, lo arreglé. Yo seguía absorto, pero él había mostrado interés sobre mis actos. No respondí. Aquello era parte de mis investigaciones. Él lo sabía, pero ahora no se acordaba. Luego, abrí un pequeño baúl que había detrás de su silla. Dentro había un pequeño saquito. Le dije que abriese los ojos. Puse una pequeña piedra roja en su mano, en la otra un tintero y una pequeña libreta con las hojas en blanco. Luego salí de la habitación. Y después de mucho tiempo, no cerré la puerta con llave.

               Al día siguiente, me lo encontré de pie. Aun a pesar de estar escuálido, era bastante alto y corpulento. Tenía las rodillas magulladas, igual que las manos. Su rostro cubierto de tinieblas, se giró hacia mí. Donde antes había una cuenca vacía, ahora había una luz tenue roja y de allí brotaba un líquido negro. El experimento había sido un éxito. Aquel hombre ya no era un humano. Había sobrevivido a una sobreintoxicación mágica con fuerza de voluntad.

               -Me voy… -dijo con un susurro.

               Me aparté de la puerta y le dejé ir. Entré a la habitación y vi el baúl repleto de aquel líquido negro. Magia destilada y refinada. Me quité el clerman y dejé el rosario de la Iglesia del Padre encima la mesa. Y caí en el vicio que consumía mi cuerpo. No me quedaba mucha magia, así que preparé distintas dosis para suministrarme más tarde. Me pinché una como capricho y cogí dos dosis más. Escondí el resto en compañía de mis pertenencias en el fondo del lago que había al lado de la casa. Y marché a Villa Vigía.  

martes, 27 de junio de 2017

¿Qué sensación? Ni idea.

               He intentado describir esa sensación durante bastante tiempo y muchas veces. Lo he reflexionado, pero, aun sigue siendo escurridiza.

               Lo más parecido sería el instante en el que todo se detiene y a la vez fluye. Un instante que está y no está. Solo es el interruptor de tu cabeza que se activa. Cuando toda la carga que llevas sobre tus hombros la apartas. Simple y llanamente. No hay más.

               Un torrente de emociones que te inundan y que de pronto ya no queda nada. Todo lo que sucede después es por inercia. Vacías la mochila con la que cargas con tus problemas y sigues recto, haya sendero o no. Avanzas hasta que termina. Tu mochila se vuelve a llenar y te vuelves otra vez pesado. Y es en este punto en el que de verdad le das importancia:” todo tiempo pasado fue mejor”.

               ¿Qué nos ocurre? ¿En qué pensamos? Sinceramente en cualquier cosa, menos en no dejar esa mochila en la que guardamos nuestras piedras/problemas. Aun siendo un lastre.

               Esta sensación que quiero explicar, es en el instante en el que sientes que no puedes más. Ese instante en el que furioso y con el lodo hasta las rodillas, decides resolver tus problemas. En el instante en el que con pico en mano partes cada uno de tus problemas en pequeños traumas. En el momento en que ves que todas esas piedras están hechas de lo mismo y con una de ellas en el bolsillo te basta.

               Y esto es importante, esa piedra es vital. Necesaria para recordar, necesaria para aprender. Es por su peso que recuerdas lo que fuiste y en lo que te has convertido.


               ¿A qué así es más fácil avanzar? ¿A qué es más fácil comprender y aprender la raíz de tus problemas? Aunque sea una montaña, aunque cambie de color y brille con distintos colores. Todo son piedras y cuando te haya engullido la oscuridad de la cantera… Ahí podrás descansar, con pico en mano y una sonrisa, directo a la siguiente vida.

domingo, 25 de junio de 2017

Otro relato corto (20)

           Shiin cargó como pudo hacia la voz mientras que el chico cerraba la puerta. Escuchaba como la voz no paraba de suplicar a Shiin que parase.

            -Maestro Shiin, siento lo de antes. Sepa usted que debía actuar así porque quería vivir.

            De donde venía la voz, una pequeña luz azul empezaba a iluminar y mostrar lo que había alrededor. El hombre que la sujetaba era el posadero. A medida que la luz se volvía más intensa, dejaba a la vista que estaban en las cloacas de debajo la ciudad.

            - ¿Cómo me has encontrado? -dijo Shiin.

            -Lo siento maestro, ahora debemos salir de aquí. La Iglesia tiene perros y ratas por todos lados. Y usted necesita descansar. Sígame.

            Ambos lo siguieron, pero de vez en cuando aquel hombre se giraba para mirar al chico.

            -Maestro, ¿es cierto qué es tu aprendiz directo?

            -Nada de preguntas, ¿recuerdas?

            Refunfuñando siguieron avanzando. Por el camino encontraron a dos personas más que se les unieron, sus rostros estaban ocultos por las capuchas. Al acercarse Shiin, ambos se inclinaron y sin decir nada, cada uno se puso al lado de Shiin a modo de escolta.

            -Saldremos pronto Maestro. Pero antes he de pedirle que no vuelva por un tiempo. Ni que se acerque a las ciudades. La Iglesia tiene gente como Vanesa por las posadas e incluso entre ayudantes de curanderos y gremios.

            Shiin asintió y siguieron avanzando. Se le notaba cada vez más agotado, arrastraba los pies y se le cerraban los ojos. Cuando llegaron a una escalera que subía, el posadero se detuvo. De entre la capa sacó un pequeño cofre y lo abrió. Dentro había dos bolsitas con monedas y un tintero vacío.

            -Sabemos que no ha encontrado su guarda. Además, estos dos servidores, les proporcionaran algunas medicinas y pociones para que durante su viaje...

            - ¿Qué viaje? Tengo que encontrarme con Irandi.

            -Creo que no va a ser posible, Irandi… estalló.

            El rostro de Shiin era solo oscuridad. Se había erguido completamente y parecía mucho más grande y furioso.

            -Maestro, le hemos preparado un carro hacia una villa, a unos días de aquí. Es Villa Roja. Está casi vacía excepto por algunos ancianos y poco más. La Iglesia se fue de allí al llevar a todos los hombres al campo de batalla. Pasaran desapercibidos. Mi tío es dueño de algunos terrenos.

            Shiin suspiró, miró al niño y siguió hacia adelante. El chico salió detrás de él y salieron a la luz. Cuando se les acostumbraron los ojos y miraron alrededor, estaban más allá del muro. Siguieron recto por el sendero y un hombre con sombrero los miró. Les hizo señas e inclinó la cabeza.

            En la cabeza de Shiin había muchas preguntas, pero entonces miró al chico. La Iglesia no tardaría ir tras él. Lo mejor sería ocultarse durante un tiempo, ahora debía enseñarle. El chico tenía habilidad y él lo necesitaba vivo.

            

martes, 20 de junio de 2017

Carne a la carne

               A pedazos me caigo por el camino. En la lejanía veo una posada y a una joven tendiendo. El sol se está poniendo y con ello mi sombra se vuelve más grande y pesada. Me apeo y miro mis bolsillos en busca de monedas sueltas. Palpo y noto el ruido metálico.

               Abro la puerta de la posada. Me acerco a la barra y con el gaznate áspero, pido una bebida. El posadero manda a la joven a por el whisky. Se disculpa porque no hay hielo, demasiado calor. Da igual. Cojo el vaso y me siento al fondo de la sala, esquivando miradas.

               Me siento y la silla se queja, dejo el vaso y miro la estancia. La joven de cabellos caoba que aun con prisas, sonreía a cada cliente con una luz impropia del lugar. Todos la mirábamos como se reía, como esquivaba con dulzura cada una de las pullas que le lanzaban los viejos.

               -Disculpe, ¿quiere otro?

               Su voz sonó como el amanecer, dulce y natural. Asentí con la cabeza y la observé más detenidamente. Aunque no abundante, pero si generoso busto, una cadena de plata lucía se balanceaba. No debería ser muy mayor, pero sí lo suficiente para empezar a ser cortejada.

               A medida que los clientes iban marchando, las horas se volvían más lentas. No paraba de mirarme. Nervioso y tal vez por el alcohol, le mantengo la mirada y le devuelvo la sonrisa. Y la noche seguía pasando.

               Ya solos, decidió sentarse. Me preguntó cómo me ganaba la vida y cómo podía estar allí, en aquel lugar de mala muerte. Le conté como llegué allí. Le dije que fue por ella que decidí entrar. Y solo escuchaba su sonrisa. Me cogió de la mano y me acompañó a donde el establo. Ya no había nadie, ni los caballos.

               Sonreía como podía por el alcohol y la dicha. No dijo nada, pero con agilidad me desabrochó los botones. Y con torpeza, le desaté el corsé y la falda. Si vestida era una estrella, desnuda era el sol. Se acostó sobre la ropa y fui persiguiendo su perfume.

               No recuerdo que tanto la besé, pero cada uno fue único. Su calor rozar con mis labios, sus labios morder mi cuello, fue bastante para perder la cordura. Mientras bajaba por su cuello con besos me detuve en su seno, mientras que con la otra mano acariciaba el otro. Mientras con la lengua lamía el pezón, con la otra mano agarraba el otro. Sus manos paseaban por mi espalda y mi pelo hasta llegar a mi cara, me arrastró a sus labios. Mientras me besaba, me agarró del pene y lo acariciaba. Yo la imité, me abrió sus piernas mientras bajaba la mano por su vientre. Estaba húmedo, cálido. Cuando mi dedo corazón rozó sus labios, se tensó un poco. Quería sentir su cuerpo, cuanto más acariciaba más quería. Le acaricié hasta sentir que el clítoris estaba hinchado. Le metí solo la yema del dedo y su beso se convirtió en un mordisco. Me excitó, bajé a besos de nuevo hasta llegar a su vagina, donde mi dedo ya había entrado y empecé a lamer. Ella estiraba mi pelo, me apretaba con las piernas. Unos pequeños espasmos y luego volvió a pedirme que la besara, la besé y me tumbó.

               Ahora ella encima de mí, sus muslos a cada lado de mi cabeza. Aun a oscuras podía ver su sexo húmedo enfrente de mí. Ella se agachó para poner mi miembro en su boca. Primero lo acarició, con la lengua rozaba el glande y para luego rodearlo, bajaba por el tronco. Me faltaba el aire, me ahogaba. Cuando por fin ya recuperaba el aliento, noté como el calor de su boca rodeaba por completo mi pene. Cerré los ojos y me dispuse a lamer su vagina, rodeando el clítoris hasta meterle la lengua. Ella succionaba con fuerza mientras que yo seguía lamiendo e introduciendo mis dedos dentro de ella.

               Cuando se detuvo, se incorporó y me miró a los ojos. Sus ojos a juego con sus cabellos y sus labios de miel me susurraban cosas. Se acercó y me besó mientras se sentaba sobre mi pene. Cálido y húmedo. Cuando entró todo, me sonrió. Una lágrima corría de sus ojos. Su cadena de plata no estaba. Pero ya no podía pensar. Subía y bajaba, yo agarraba sus senos y poco a poco iba pellizcando con ternura sus pezones. Cuando me besaba, ponía mis manos en sus caderas para moverla con más fuerza.

               Me empujó hasta tumbarme, puso sus manos sombre mi vientre y me montó. Vi como aceleraba, sentí como apretaba con más fuerza. Vi como su sonrisa se ensanchaba y ya no quedaba rastro de la lágrima. Agarré su culo y apreté su ano, sentía curiosidad. Aún apretó más y se detuvo, me miró y me mordió en el cuello. Me quitó las manos y se puso de espaldas a mí. Su sudor me excitaba aún más. Sentía como unas pequeñas convulsiones y unos gemidos contenidos.

               La tuve que parar, quería devolverle el favor. La agarré y me abrazó la cintura con los pies, la sujeté para mantenerla un poco separada y empecé a moverme. Penetraba lentamente hasta que no podía más y luego apretaba. Me consumía el ansía y quería más, así que la seguí penetrando, pero más rápido. Me arrodillé para tumbarla, la agarré por las muñecas para inmovilizarla y poder verla desnuda. Era maravillosa. La besé y lamí el sudor de entre sus senos.

               Volví a penetrarla, pero sin tanta fuerza, la besé y le puse la mano en su rostro. Quería que me mirase a los ojos. Cada vez más rápido, más calor y más sudor. Sentí que no podía aguantar más, ella me sonrió y asintió. Me susurró, solo un poco más. Aguanté lo que pude, ella tenía la mirada perdida y en un último apretón, sentí como se contraía y me apretaba. Noté como me arañaba la espalda y una oleada placer y cansancio me golpearon.


               Recuerdo tumbarme a su lado, recuerdo su calor y su sonrisa mientras dormía. Pero al despertar, seguía estando en el camino. Palpé mis bolsillos y donde había unas monedas, solo se encontraban unas pocas balas y un viejo revolver. 

jueves, 15 de junio de 2017

Otro relato corto (19)

            Al salir y seguir a Shiin, la visión del chico se volvió borrosa. Se giró y vio que no había rastro de la roca mellada de la prisión, nada más que unos tristes barrotes que antes no estaban ahí. Volvió su mirada a Shiin y lo siguió.

            Durante un momento, Shiin le fallaron las piernas y cayó. El chico fue a ayudarlo, pero éste lo apartó.

            -No es nada, simplemente me encuentro algo débil.

            Siguieron andando hasta llegar a una puerta maciza de roble. Shiin acercó el oído y luego con cuidado empujó la puerta. La habitación estaba repleta de cachivaches y uniformes en cestas. Además, había una mesa con botellas, velas y platos.  

            Al fondo de la habitación, había un guardia recostado en una silla durmiendo. Shiin entró y cogió los uniformes. Luego se acercó al guardia. En su cinto había una espada y un manojo de llaves. Cuando fue a tomarlo, el guardia se estaba despertando. El chico fue corriendo, saltó encima la mesa y agarró una de las botellas por el cuello y la estampó todo lo fuerte que pudo en la cabeza. Shiin se levantó de un salto, sorprendido.

            -Gracias… No me había dado cuenta.

            Algo había en Shiin que al chico no le gustaba. Si uno se fijaba, podía ver que las arrugas estaban más marcadas, su voz no era tan profunda y que sus movimientos eran más lentos. Algo le estaba pasando.

            Shiin se puso el uniforme que había encontrado. Se ciñó la espada al cinto y salieron del cuarto.

            -Ahora estate quieto. No hagas nada.

            Shiin puso la mano en el suelo, se concentró y la piedra roja que tenía en el ojo, empezó a supurar un líquido negro. Una pequeña gota calló sobre el reverso de la mano. Empezó a sudar y a ponerse rojo. Apretó la mano contra el suelo y de manera súbita e instantánea, el chico sintió como si alguien le hubiese empujado hacia atrás.

            -Me han descubierto, -dijo Shiin con un hilillo de voz- tenemos que correr.

            Empezaron a correr como pudieron, a lo lejos se escuchaba el entrechocar de las armaduras y gente gritando órdenes. Giraron solo vieron la primera esquina e intentaron esconderse. Aquello cada vez parecía más enorme. Vieron una puerta y se apegaron a ella tan rápido como pudieron. Los guardias que habían escuchado, no habían girado.

            Entonces, la puerta se abrió y una voz dijo:


            -Oh, ¿así que ya estabas aquí?

martes, 6 de junio de 2017

Otro relato corto (18)

            La habitación estaba completamente a oscuras, incluso así, sentía a Shiin enfrente de él. Por impulso dejó caer el libro y la piedra. Abrazó a Shiin.

            -No te distraigas chico -dijo apartándolo de él-. ¿Qué haces con mi libro? ¿Y esto?

            Shiin sujetaba ahora la piedra negra que tenía él antes. Lo miró y vio que su ojo azul echaba chispas. Apretaba los dientes y respiraba muy fuerte. Shiin se levantó y alcanzó el libro, se quitó el parche y como si el aire se hubiese espesado, la habitación se agrandó. Las letras que había escrito con sangre empezaron a brillar y moverse hasta el libro. Le dio el parche al chico y cuando el niño lo miró vio aquellos mismos ojos que la noche en la cual le pilló cogiendo el libro de su mochila. Shiin estaba furioso.

            - Vamos a salir de aquí -su voz sonaba dura como el hierro-. No tenían permiso para encerrarme. No ellos.

            Se acercó a la pared de piedra mellada, arrancó una de las hojas del libro y la puso sobre la pared. Los caracteres continuaban brillando y moviéndose. Salieron del papel y empezaron a expandirse por la pared iluminando toda la habitación con una luz roja y tenue. El aire cada vez estaba más pesado, al chico le costaba respirar. La temperatura de la habitación empezaba a subir cada vez más.

            -Si lo que queréis es absorber mi magia, tomadla toda.

            La pared de pronto estalló sin hacer ruido y dejando enfrente de Shiin un gran hueco. Él avanzó y cuando salió, se giró y le dio la mano al niño que estaba hecho un ovillo y con los ojos abiertos. Muy abiertos.

            -Tienes miedo, no lo tengas.

            El niño lo miraba a los ojos, no era solo miedo lo que brillaba en sus ojos.

            -Te lo voy a decir de nuevo. Mi nombre es Shiin y quiero enseñarte el camino de la magia. Ahora decide, si quieres aprender y vivir o quedarte aquí encerrado en un mundo aburrido y triste. Elige ahora.
           
            Hefesto estaba gritando y llorando con el cuerpo de Lucas en sus brazos. Solo había árboles quemados y rotos, los cuerpos quemados de los soldados desperdigados por todo el suelo. El mocoso se había escapado, su amigo había muerto y, ¿para qué? No quedaba rastro del cuerpo del prisionero tampoco. El suelo estaba completamente negro y quemado. El sacerdote que lo había acompañado y los otros dos soldados estaban recogiendo los cuerpos.

            -Señor, el otro sacerdote ha sobrevivido. Está inconsciente.

            - ¿Está Jacob ahí? -dijo el otro sacerdote esperanzado- Llevadme con él, intentaré despertarle.

            -Detente, -dijo Hefesto- antes quiero que le mandes un mensaje al padre Axel, dile que lo encontramos y se ha ido todo a la mierda. Y que necesito hablar con él.

            -Pero, …

            -Es una orden. Luego haz lo que quieras.

            La mente de Hefesto estaba confundida, la ira y la impotencia bullía en su cabeza. Sin apartar la mirada del rostro de su amigo, una lágrima se escurrió. No debía llorar más. Los soldados no lloran. Arrancó del cuello de Lucas y de los otros soldados, las chapas de identificación y los guardó en su armadura.

            -Señor Hefesto, -el sacerdote herido había despertado, tenía el rostro quemado- lo siento mucho por su perdida. No pude salvar a nadie.

            -No es tu culpa.

            El sacerdote se arrodilló junto a Hefesto y agachó la cabeza.

            -Fue mi error y era mi deber. Así que haré cuanto sea necesario por ayudarle, tanto cuanto esté en mi mano. Irandi es un peligro mayor de lo que en la Iglesia piensan. No podemos dejarlo correr libre.

            - ¿Insinúas que sigue vivo?

            - Sí, mi señor.

            -Vivo, … -dejó el cuerpo en el suelo y se levantó-, ¿puedes llevarme ante él?

            -Puedo. Pero necesito hablar antes con el padre Axel.

            

sábado, 3 de junio de 2017

Tú, yo e internés

               Supongo que no importa, digo, ¿quién eres? Si tenemos finalidad en esta vida, no sé cuál es. Lo importante es que ambos ahora estamos manteniendo una conversación. Sí, una conversación.  Si usar ningún chat ni hablando.

               Ambos estamos mirando una pantalla repleta de bits e información que circulan libremente. Que tú puedas ver esto, significa que quiero escucharte, aunque no puedo. Vamos, una conversación consiste en un intercambio de información. Da igual que no parezca importante, da igual que sea una conversación hueca. Hasta las cosas que no somos, nos definen. Te invito lector a tener una conversación de persona a persona.

               Digo todo esto, porque quiero llamar tu atención. Quiero que me mires y que me hables. Uno solo siente un poco de miedo y vergüenza escribiendo a la nada. Llamando a un teléfono que sabes que nunca nadie te responderá. Si te soy sincero, me siento inseguro con cada cosa que escribo. Tal vez no sea lo mejor que hayas leído, tal vez todo esto sea para nada.

               Supongo que, si estás leyendo esto, me dice algo que también has leído “Otro relato corto”, si no lo has hecho da igual. Te invito a que lo hagas o cualquier otra cosa que esté escrita por estos lares. Estos relatos son algo costosos, no siempre me apetece hacerlo. Lo hago cuando puedo y me siento con fuerza para ello. El protagonista, es un chico que no tiene nombre y que encarna mis miedos y dudas. Le tengo aprecio y cada vez que pienso en él… Pienso en los tormentos que le quedan por sufrir y pasar. Si te digo la verdad, no sé cómo los superará ni por qué digo esto.

               Así que seré claro, mi pregunta es, ¿qué buscas aquí? Yo tengo mi respuesta y seguro, es diferente a la tuya. Da igual como lo mires, pero todas las respuestas son correctas.

               Hasta la próxima.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Otro relato corto (17)

                Cuando el niño despertó, miró a su alrededor. El sacerdote estaba delante de él, dormido. La poca luz, le permitió distinguir la bolsa de Shiin. Sentía como si algo de ahí dentro le llamase. Hurgó dentro de ella, sostuvo el libro con las manos. También había una piedra pequeña negra. Ya la había visto alguna que otra vez en los viajes con Shiin. Guardó la piedra en uno de sus bolsillos y cogió el libro. Luego con cuidado, se escabulló buscando algún lugar con algo más de luz. No era la primera vez, aún recordaba la noche en que Shiin lo descubrió.

            Cuando caminó un buen trecho, encontró una pequeña planicie. La luz era suficiente luz. Se sentó y en la calma de la noche, abrió el libro. Todas las páginas en blanco. Lo dejó sobre sus rodillas abierto. Pasaba una y otra vez las hojas, expectante. Sentía la necesidad de encontrar algo.

            Cuando se cansó, sacó la piedra negra de su bolsillo. Aunque fuese muy tenue, sentía como aquel mineral desprendía calor. La dejó en la palma de su mano abierta. La luz no reflejaba, aunque estaba pulida. Tenía forma ovalada y pesaba un poco a pesar de su tamaño.

            Un murmullo se escuchaba por donde había venido. El hombre con armadura salió de la espera. Era el mismo de esa mañana. El que había golpeado al sacerdote.

            -Chico, dame eso que tienes ahí. No es necesario tener que matar a un crío.

            Algo en su voz no le gustaba. Aquellos hombres que tenía detrás, empuñaban una espada. Y de pronto todo pasó muy rápido. Detrás del hombre de armadura, una gran bola de fuego se expandía hasta que estalló. Por un breve instante miró el libro y pensó en que no volvería a ver a Shiin. La explosión le empujó igual que a los guardias, el hombre de la armadura, intentaba resistir sujetándose a un árbol y gritando:

            - ¡Niño, dame eso! – se abalanzó aprovechando el viento-.

            - No.

            Y todo se volvió negro.

            - ¿Qué demonios haces aquí? -dijo la voz de Shiin-.

martes, 23 de mayo de 2017

Divagar por divagar

               Estoy sentado en el parque y miro a la gente pasar. Los niños precipitándose al futuro y los ancianos cargados con el pasado a sus espaldas. Adultos con traje pasan corriendo de un lado para otro. La brisa levanta con timidez el polvo del suelo y me hace estornudar. Conecto mis auriculares al mundo y me pongo a escuchar.

               Mi corazón solo escucha una pequeña pieza de la gran orquesta que toca. ¿Es que nadie escucha? Gritos que provienen del mismo centro de la tierra ahogados, a la vez canta una canción de cuna para que los muertos no despierten. Nos acuna mientras nosotros desgarramos su piel y envenenamos su sangre.

               Ella es paciente, pero está triste. Observa como nosotros nacemos, crecemos y nos ahogamos en nuestras propias tretas. Todo para volver a ella y a su seno. Ella no llora por sí misma, sino por nosotros y nuestras cargas. Nos canta para prevenirnos, ella nos ama. Y aunque ruja y nos castigue, nos da cobijo y un lugar que llamar hogar.

               No nos engendraron para odiarnos, no nos dieron calor para destruir. Pero tampoco nos dieron valor para enfrentarnos a la duda. La duda engendra miedo y el miedo escupe odio. Y así crecimos, entre miedos a lo desconocido. Odiando al resto e imponiéndonos al diferente, pusimos fronteras y falsos dioses. Todo ello por miedo, todo ello porque no nos dieron valor.

               Pero el valor no se da, el valor se gana y se aprende. Si podemos abrir los ojos y podemos sentir, también tenemos fuerza. Una fuerza que sin control es destructiva. Una gran imaginación irresponsable, que desbocada nos engullirá de nuevo en las sombras. En las sombras donde ella es más fuerte, unas tinieblas donde de verdad nacen los monstruos. Allí en lo profundo reina el miedo.

               Movemos montañas, llegamos a la luna y aun nos cuesta perdonar y amar. Nos creemos grandes y somos insignificantes.


               Desconecto mis cascos, los enchufo al móvil y apago mi cabeza. Ahora solo queda volver a la rutina y al ganado.

lunes, 22 de mayo de 2017

Otro relato corto (16)

          Cinco, quizás ocho. Irandi no lo sabía con certeza. Estaba demasiado cansado. Lo que sí sabía, era que el señuelo no había servido de mucho. Aquello iba ser peligroso. Sin abrir los ojos y mediante impulsos de maná, rastreó cuán lejos quedaba el chico. El niño no estaba. ¿Lo habrían raptado o estaba con ellos? Maldición, tampoco sentía la tinta mágica de Shiin ni su cuaderno. Estaba solo, engañado por un crío.

            - ¡AHORA! ¡POR VILLA VIGÍA!

            No tenía fuerzas para nada, la poca magia que le quedaba la había usado para curar al chico. No debía desfallecer o aquello podría ser el final. Cuando abrió los ojos, vio a un soldado que le propinó una fuerte patada dejándolo inconsciente.

            -Señor, hemos revisado sus pertenencias. Solo tenía un reloj y un par de utensilios más. Entre ellos una piedra, unos cuchillos y unas probetas repletas de poción.

            -Soldado Lucas, inspeccione al sujeto y quítele cualquier cosa que pueda llevar encima. Este tipo podría llevar algo oculto.

            -Sí, mi señor.

            -Sacerdote, venga conmigo.

            Cuando Irandi recuperó la consciencia, se encontraba desnudo y esposado de manos y pies. Enfrente, estaba el hombre con armadura brillante. A su lado, había un sacerdote escuálido. Lo miraba con asco, murmurando rezos.

            - ¿Qué son esos parches que tiene sobre la piel? -preguntó el hombre con armadura.

            -No lo sé mi señor. Detecto un pequeño flujo de magia. Seguramente se trate de algún arte herética para poder conseguir más poder.

            -No… -intentó decir Irandi.

            El soldado de la armadura, le golpeó una patada.

            -Lucas, ¿Por qué no le has quitado los parches? -gritó- No queremos que pueda 
recuperar suficiente poder para que se escape.

            Un soldado más mayor inclinó su cabeza.

            -No hemos podido, no me da buena espina.

            - Da igual, tráigame dos hombres. Y tú, sacerdote, quiero que me ayudes a buscar al chico. Aquí había dos personas y solo veo una. No debe andar muy lejos.

            - ¡Sí! -respondieron los dos a la vez.

            El soldado de la armadura iba con sus hombres en busca del chico, Irandi lo pudo ver como la oscuridad lo engullía entre los árboles. Tenía la vista nublada y la boca llena de sangre, le costaba pensar. Bajo cualquier pretexto, no deberían quitarle aquellos parches. Debía impedirlo.

            -Vamos, sacerdote, quítele esos parches. El señor Hefesto lo ha ordenado -dijo el soldado Lucas.

            -No… -Irandi intentó balancearse hasta caer.


            Los soldados lo sujetaron. El sacerdote lo miraba, empezó con la oración. Con un alfiler se pichó el dedo. Dejó caer la gota de sangre sobre el parche y cuando lo quitó…
 

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