Cinco, quizás ocho. Irandi no lo sabía
con certeza. Estaba demasiado cansado. Lo que sí sabía, era que el señuelo no
había servido de mucho. Aquello iba ser peligroso. Sin abrir los ojos y mediante
impulsos de maná, rastreó cuán lejos quedaba el chico. El niño no estaba. ¿Lo
habrían raptado o estaba con ellos? Maldición, tampoco sentía la tinta mágica
de Shiin ni su cuaderno. Estaba solo, engañado por un crío.
-
¡AHORA! ¡POR VILLA VIGÍA!
No
tenía fuerzas para nada, la poca magia que le quedaba la había usado para curar
al chico. No debía desfallecer o aquello podría ser el final. Cuando abrió los
ojos, vio a un soldado que le propinó una fuerte patada dejándolo inconsciente.
-Señor,
hemos revisado sus pertenencias. Solo tenía un reloj y un par de utensilios
más. Entre ellos una piedra, unos cuchillos y unas probetas repletas de poción.
-Soldado
Lucas, inspeccione al sujeto y quítele cualquier cosa que pueda llevar encima.
Este tipo podría llevar algo oculto.
-Sí, mi señor.
-Sacerdote,
venga conmigo.
Cuando
Irandi recuperó la consciencia, se encontraba desnudo y esposado de manos y
pies. Enfrente, estaba el hombre con armadura brillante. A su lado, había un
sacerdote escuálido. Lo miraba con asco, murmurando rezos.
-
¿Qué son esos parches que tiene sobre la piel? -preguntó el hombre con
armadura.
-No
lo sé mi señor. Detecto un pequeño flujo de magia. Seguramente se trate de algún
arte herética para poder conseguir más poder.
-No…
-intentó decir Irandi.
El
soldado de la armadura, le golpeó una patada.
-Lucas,
¿Por qué no le has quitado los parches? -gritó- No queremos que pueda
recuperar
suficiente poder para que se escape.
Un
soldado más mayor inclinó su cabeza.
-No
hemos podido, no me da buena espina.
-
Da igual, tráigame dos hombres. Y tú, sacerdote, quiero que me ayudes a buscar
al chico. Aquí había dos personas y solo veo una. No debe andar muy lejos.
-
¡Sí! -respondieron los dos a la vez.
El
soldado de la armadura iba con sus hombres en busca del chico, Irandi lo pudo
ver como la oscuridad lo engullía entre los árboles. Tenía la vista nublada y
la boca llena de sangre, le costaba pensar. Bajo cualquier pretexto, no
deberían quitarle aquellos parches. Debía impedirlo.
-Vamos,
sacerdote, quítele esos parches. El señor Hefesto lo ha ordenado -dijo el
soldado Lucas.
-No…
-Irandi intentó balancearse hasta caer.
Los
soldados lo sujetaron. El sacerdote lo miraba, empezó con la oración. Con un
alfiler se pichó el dedo. Dejó caer la gota de sangre sobre el parche y cuando
lo quitó…
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