Grito Vacío
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miércoles, 19 de julio de 2017

Sí. Me acuerdo de todo.

                Cada vez que salgo a pasear es para ahuyentar fantasmas. Negros pensamientos que me persiguen. Alternando falsas sonrisas con rabietas. Estoy susceptiblemente cabreado y con ganas de pagar mi ira con todos y con nadie a la vez.

               Mi alrededor va hacia adelante y yo me estoy rezagando. Y aunque hace calor, siento que tengo frío el corazón. El olvido y el silencio está ahí, a la vuelta de la esquina.

               Me pongo los cascos pequeños y el volumen al máximo. Todo para enfrentarme al silencio. Pero a la soledad… no tengo nada con lo que combatir. Simplemente no hay nada. Sin piedra de toque, voy a tientas y a ciegas.

               La excusa de: “he de tener paciencia”, y la de: “cambiar de aires”. No me valen. Tengo algo que me arde en la tripa. Algo que me araña y chapotea. Las mariposas no tienen garras ni gritan. Mucho menos supuran.

               Vuelvo a verme en las sombras, en una habitación enorme. Dónde solo oigo voces y no siento el viento. En medio de la habitación hay una jaula, repleta de arañazos y de un candado roto. Rodeo la jaula con la mano, siento el frío metal y el tacto reseco de la sangre. La mía propia.


               Me siento en el sillón enfrente de ella. Miro el espejo de detrás y el reflejo me muestra la verdad, mi imagen superpuesta con los barrotes. Las paredes habrán cambiado, pero no la prisión. Solo cabe en mi cabeza una idea. Ira.

lunes, 17 de julio de 2017

Otro relato corto (21)

            El hombre de la carreta no se giró en ningún momento a mirar cómo se encontraban. Shiin se levantó como pudo, no había abierto el cofre de nuevo. La luna estaba menguando y él aún no podía captar suficiente magia. Miró al niño y posó su mano en la frente, apartándole un mechón de pelo oscuro. El chico había tomado una decisión, tal vez fuese por el miedo o por cualquier motivo, pero aquello se ajustaba a sus planes.

            - ¡Carretero, detente! -gritó Shiin.

            El hombre tiró de las riendas y cuando se detuvieron los caballos, Shiin bajó de la carreta. El posadero le había entregado un pequeño trozo de papel donde había dibujado un mapa de cómo llegar a Villa Roja.

            El chico se despertó y Shiin le indicó que le siguiese. Se acercó al carretero y le puso una moneda en la mano. Al rato, la carreta había desaparecido por el camino.

            Se pusieron a andar durante un rato por el mismo camino, se detuvieron frente a una bifurcación, donde había un poste con dos trozos de madera con pintadas. En el borde del camino, se vislumbraba un sendero por el cual siguieron andando. Así, estuvieron un bueno rato.

            Pronto llegaron a un claro donde había un pequeño estanque y detrás una casucha que estaba medio derruida. Cuando consiguieron rodearlo, Shiin dejó caer sus cosas, entró a la casa aquella y se escucharon golpes y Shiin maldecir. Salió gritando y hablando sobre un baúl.

            El niño entró hasta situarse detrás se Shiin. Aquella habitación estaba cubierta de arañazos y quemaduras. El suelo estaba ennegrecido y del techo solo había telarañas. En medio de todo aquello, solo había una mesa sucia y cubierta de polvo, al lado una silla con correas, impoluta, metálica y aun así parecía la más maltrada. Irradiaba odio.

            El chico agarró a Shiin, este se giró y vio el miedo en sus ojos. Él le sonrió y le susurró:


            -Ahora te toca a ti.

Si alguien sigue esta historia, aquí tienes un cachito más. No es mucho ni nah, pero voy a continuar y con suerte esta semana subo dos o tres trozos más. Un saludo y no olviden poner sus opiniones... Behg

sábado, 1 de julio de 2017

Un recuerdo de Irandi

             Él lloraba y maldecía. Tenía los ojos vendados, la boca amordazada y las manos y pies atadas a la silla. Lloraba por miedo, no por dolor. Aún no lo había tocado.

               Antes de amordazarlo, gritaba furioso. Simplemente me senté enfrente y lo escuché. Decía que tomaría venganza. Una y otra vez. Las horas pasaban y sus alardes de rebeldía se atenuaron. Yo seguía sentado mirándolo con un vaso de agua. Cuando me terminé el agua, le amordacé la boca.

               Al día siguiente, volví a bajar a la habitación. Él estaba durmiendo en la silla. Se despertó al cerrar la puerta. Se tensó y volvió a llorar. Le quité la mordaza y le di de beber y comer. No mucho. Le pregunté que sentía y no me respondió. Le quité la venda de los ojos y me senté enfrente de él. Miró cada esquina que pudo, la mesa con los utensilios, los cubiertos que estaban en mi plato y luego me miró a los ojos. Su único ojo estaba inyectado en sangre. El otro sólo era una cuenca vacía con una herida que curé. Poco a poco los fue cerrando por el sueño. La droga estaba surtiendo efecto. Le vendé los ojos de nuevo y salí de allí.

               Así fueron pasando los días y poco a poco él se fue adaptado a mí. Yo seguía con mis experimentos. Cada vez más agresivo y a su vez, necesitaba menos drogas para dormirlo. Había perdido el sentido del dolor. Cuando lo miraba no podía pensar que fuese humano.

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               A partir del segundo mes, empezó a comportarse de manera distinta. Cuando le quitaba las ataduras, no se movía. Seguía sentado y sin abrir los ojos. No movía ningún músculo e incluso permanecía relajado cuando le inyectaba pequeñas dosis de magia. Era sorprendente. Un ser que había conseguido retener en su cuerpo tal cantidad de magia y sin mutar. Aquello era… impresionante.

               Luego, al quinto mes, le dejé levantarse. No se tenía en pie. Le ayudé a lavarse, lo arreglé. Yo seguía absorto, pero él había mostrado interés sobre mis actos. No respondí. Aquello era parte de mis investigaciones. Él lo sabía, pero ahora no se acordaba. Luego, abrí un pequeño baúl que había detrás de su silla. Dentro había un pequeño saquito. Le dije que abriese los ojos. Puse una pequeña piedra roja en su mano, en la otra un tintero y una pequeña libreta con las hojas en blanco. Luego salí de la habitación. Y después de mucho tiempo, no cerré la puerta con llave.

               Al día siguiente, me lo encontré de pie. Aun a pesar de estar escuálido, era bastante alto y corpulento. Tenía las rodillas magulladas, igual que las manos. Su rostro cubierto de tinieblas, se giró hacia mí. Donde antes había una cuenca vacía, ahora había una luz tenue roja y de allí brotaba un líquido negro. El experimento había sido un éxito. Aquel hombre ya no era un humano. Había sobrevivido a una sobreintoxicación mágica con fuerza de voluntad.

               -Me voy… -dijo con un susurro.

               Me aparté de la puerta y le dejé ir. Entré a la habitación y vi el baúl repleto de aquel líquido negro. Magia destilada y refinada. Me quité el clerman y dejé el rosario de la Iglesia del Padre encima la mesa. Y caí en el vicio que consumía mi cuerpo. No me quedaba mucha magia, así que preparé distintas dosis para suministrarme más tarde. Me pinché una como capricho y cogí dos dosis más. Escondí el resto en compañía de mis pertenencias en el fondo del lago que había al lado de la casa. Y marché a Villa Vigía.  
 

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