Grito Vacío
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miércoles, 5 de agosto de 2015

Capítulo 2: Vacío e innombrable ( III )

A los veinte minutos, volvió con un la lista que le había pedido. Me miraba curiosa. Estaba inquieta, parecía una niña pequeña que quiere ver que hay en el sombrero del mago. Lie como pude el cigarrillo. Me miraba mientras yo como liaba aquel pitillo. Recordé al médico que me visitó en el calabozo, seguramente fue el quién metió los medicamentos que encontré hoy en mi cartera. Me trajo una cerveza, encendí el cigarrillo. Lo pensé con cuidado. Y hablé…

-Quiero una explicación. Dime por qué el día después de encontrarte medio muerta en la calle,  -me fijé que aún seguían todos aquellos moretones, ¿se habría limpiado los puntos?- un tipo viene a mi casa y nos muele a golpes, bueno, por qué intentó molerte a golpes. ¿Y qué coño hacías tú con una pistola? Primero un cuchillo… ahora una pistola. Un día matarás a alguien.

-Si respondo, ¿me dejarás quedarme?

-Depende. Dime la verdad y ya sabremos cómo movernos. ¿No?

-Fue por una pelea de bandas. Mis hermanos pertenecían a la banda de Hojas Rojas. Son…

-Se quién son. Fanáticos del fútbol, subidos hasta las cejas de drogas que después de un partido buscan peleas con los hinchas del otro equipo. Si, sé quiénes son. Gracias a esa gentuza, no es muy seguro andar por esta zona un día de partido.

-Bueno… sí. Pero ese día, fui con ellos a ver un partido entre el equipo local y el visitante. Y bueno, cuando mis hermanos me insistieron que me fuese, me fui por una de las puertas de atrás del campo de fútbol. Allí me encontré con Jandro, un hincha del equipo local, el tipo que vino aquí -entonces me miró el brazo-. Es conocido por ser una rata. Me lo encontré agazapado detrás de la puerta de nuestro palco y cuando me golpeó mis hermanos me oyeron gritar y vino todo el grupo –una lágrima rodó por su mejilla-. Y empezó el altercado. Yo hui todo lo aprisa que pude… Lo demás ya te lo imaginas. No es agradable recordarlo–se agarró de los brazos encogiéndose mientras se sentaba en el sofá.

 -¿Y la pistola…?

-Tú mismo lo has dicho. Las noches de partido, suelen haber peleas. Y los accidentes, pasan.

-¿Y por qué no vas con tus hermanos?

               -Mis hermanos son… No tienen casa. Están en una especie de habitaciones para empleados en los almacenes en que trabajan. Se volvieron parias. Debían pasta a quién no se le ha de pedir dinero… Y bueno, eso. Las cosas pasan.

               Me quedé callado mirándola. A ella y a sus profundos ojos verdes.  Pensé y di otra calada. Estaba llorando en silencio. Miré mi teléfono, no tenía batería.

               -Déjame tu teléfono. El mío no tiene batería, por favor. Ve y cámbiate.

               -¿Por? ¿No vas a dejar que me quede?

               -¡Vamos a celebrarlo! –recapacité- Espera, sí, voy a dejar que te quedes. Pero nada de problemas. No me gustaría dejarte tirada en la calle, ni que me partan las costillas esos Hojas Rojas.

               Oh dios, que sonrisa se dibujó en su rostro. Sin poder evitarlo pensé en su cuerpo desnudo. Me sonrojé. Ambos necesitábamos un trago y alguien con quien charlar. Llamé a Tomás. Ella volvió con una sudadera gris y unos pantalones vaqueros. Hacían sus piernas más largas.

               -¿Has ido alguna vez al bar que hay detrás de aquí?

               -Siempre me ha dado algo de repelús. No es el lugar que frecuenta una dama.

            -Una dama tampoco va a los partidos con buscapleitos –le reproché-. Aunque es cierto, da repelús.
               Solté una carcajada y me dolió todo el cuerpo, pero me sentí divino. Le sonreí y al abrir la puerta del local, le tendí la mano.

               -¡Henri! Pon dos pintas y un plato de especiales.

               -Oh, Frank. Me enteré que te encerraron en el calabozo –dijo con las garras en la mano.

               -Es cierto, pero ahora que soy un ex convicto, ¿me invitas hoy a todo lo que quiera?

               -Sabes que no. Quien no paga, friega. Son las normas, -miró a Natalia- ¿No me presentas a la señorita?

               -Soy Natalia. Mucho gusto. Está más limpio de lo que me imaginé…

               Miré de reojo a Henri. Si de algo estaba orgulloso era de bar. Era como su hijo. Le daba mucho mimo. Se acariciaba la barba sorprendido por la reacción de Natalia.

               -Cierto señorita Natalia. No siempre las cosas parecen lo que son. Así alejo a los indeseables. Por cierto Frank, ¿hoy vienes por lo…? Hace tiempo que no viene nadie interesante.

               -No sé, ¿me darás de beber hoy o mañana?

               La conversación decayó. Es cierto. Recuerdo que los primeros años que venía aquí era por los espectáculos. Habían músicos que borrachos se envalentonaban para tocar en el escenario, otros lo hacían enserio. Otros recitaban poesía y otros contaban historias. Allí, perdido entre la mierda y una era sin la luz de las buenas palabras. Sin el romanticismo, sin la magia… La cueva, el último bastión de Bohemia.

               Nunca llegó Tomás. Pero nosotros estábamos bebiendo sin cesar. Ella reía y yo la escuchaba embelesado. Sus palabras de miel, sus ojos de primavera.

               -¿Qué miras tanto? –dijo entre carcajadas-.

               -Nada, -me bebí lo que me quedaba en la pinta- voy a pedir otra.

               Cuando llegué a la barra, Henri apagó las luces. El ruido se volvió en susurro a coro. Se encendió un foco. Y el susurro cesó. Un muchacho estaba parado frente al micrófono.

               -Buenas noches señores, señoras… señoritas y señoritos. Vamos a comenzar con… el… si… esto… El show.

               El chico era un manojo de nervios. Estaba sudando y temblando un poco. Miraba inquieto la cartulina que tenía en la mano. Respiró tres veces. Cerró los ojos y al abrirlos mostró una gran quietud. Su voz se volvió como la ambrosía. No pedía atención. La reclamaba.

               -Hoy, tenemos un nuevo concursante. El señor Navarro. ¿Qué nos mostrará este desconocido?

               Las luces se apagaron. El susurro volvió. El foco volvió a iluminar el escenario. Allí estaba el médico del calabozo… Fui hasta la mesa donde estaba Natalia. Ella me miró.

               -¿Qué es este lugar? ¿Hasta músicos? Ni que fuese sacado de un cuento.

               El doctor me vio y me miró. Inclinó un poco la cabeza. Del estuche que tenía a sus pies, sacó una balalaica. Se oyeron susurros de exclamación, no era muy normal aquel instrumento por esta zona. Punteó un par de notas para reclamar la atención.


               Y el alcohol y las notas dejaron vagar mi mente. No sé cuándo terminó, pero cuando me di cuenta iba en dirección a casa tambaleándome. Cuando solo me quedaba girar la esquina, vi a Natalia besándose con el médico. No supe por qué, pero me escondí. Era Natalia, seguro. Me fui de allí, no podía seguir mirando. Di un paseo por las calles viejas de Valencia.  Y sin darme cuenta, me encontré vacío y sin nombre. 

Otro relato aparte

   Miro a la calle y un transeúnte me devuelve la mirada algo irritado. Hoy hace un sol que brilla con rabia y el aire caliente se vuelve cada vez más espeso. Ando por la calle pensando en mis cosas. Las más recientes. Me agobian pesadillas en la noche y de día, los malos pensamientos me abordan. Cuanto más quiero más pierdo. Cuanto más dura es la apuesta más pierdo. Tal vez sea por mi mala suerte o porque me confié demasiado. La suerte nunca estuvo de mi lado, hoy tampoco. Más me vale recordarlo.

   El sudor empapa mi frente y con un pañuelo me seco. Otro día en la calle buscando que hacer, un día más pensando en donde llevar estas ganas de hacer algo, algo bien. Mi negativismo a condicionado mi forma de ser, de pensar. No puedo permitir que esta sensación se apodere de mi. Pero sigiloso y cauto se ha conseguido colar de nuevo en mi. Las luces del ocaso ya no son las mismas cada día que las miro. Y aunque cada día sea distinto, mi forma de andar es la misma, cansado y pensado. 

   Tal vez sumergirme de nuevo en la fantasía para recobrar algo de aquella magia, me devuelva la esperanza cuando esté en pena, quizás sea lo mejor. Pero no. No debo caer ante la evasión de mis días. No puedo recluirme. He de enfrentarme a mí mismo y al reflejo que me mira cada mañana. Todo esto pienso y luego no hago nada.

   Serán los veinte años que llevo a la espalda, que tampoco son muchos, pero he visto demasiado. Tal vez sean pocos para comprender las cosas. Mi inmadurez también me condiciona, mi dependencia a mis ratos de soledad me hayan vuelto huraño. Pero las personas que no escuchan, me molestan. Las que escuchan poco pueden hacer para ayudar. No dependas de nadie, si puedes hacerlo tú. Es lo que estoy aprendiendo ahora. Ser débil de corazón, no me da excusa para no enfrentarme a mis demonios. Ni para escaparme de mis responsabilidades. Frente a mí se extiende aún, un sendero largo y sinuoso. Reconozco que tengo miedo.

   Estaré pensando demasiado o estaré pensando mal, me habré saltado algo. Pero no veo muchas luces en este hilo de pensamiento. Poca coherencia. Pero son mis pensamientos, pese lo que me pese, no puedo renegar de ellos. Y aunque lo odie, es mi odio. Aunque lo repudie, es mi repugnancia. Aunque lo ame, es mi amor. No puedo renegar por siempre de mi mismo, ni de mis errores.
 

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