A los veinte
minutos, volvió con un la lista que le había pedido. Me miraba curiosa. Estaba
inquieta, parecía una niña pequeña que quiere ver que hay en el sombrero del
mago. Lie como pude el cigarrillo. Me miraba mientras yo como liaba aquel
pitillo. Recordé al médico que me visitó en el calabozo, seguramente fue el
quién metió los medicamentos que encontré hoy en mi cartera. Me trajo una
cerveza, encendí el cigarrillo. Lo pensé con cuidado. Y hablé…
-Quiero una
explicación. Dime por qué el día después de encontrarte medio muerta en la
calle, -me fijé que aún seguían todos
aquellos moretones, ¿se habría limpiado los puntos?- un tipo viene a mi casa y
nos muele a golpes, bueno, por qué intentó molerte a golpes. ¿Y qué coño hacías
tú con una pistola? Primero un cuchillo… ahora una pistola. Un día matarás a
alguien.
-Si respondo,
¿me dejarás quedarme?
-Depende. Dime
la verdad y ya sabremos cómo movernos. ¿No?
-Fue por una
pelea de bandas. Mis hermanos pertenecían a la banda de Hojas Rojas. Son…
-Se quién son.
Fanáticos del fútbol, subidos hasta las cejas de drogas que después de un
partido buscan peleas con los hinchas del otro equipo. Si, sé quiénes son.
Gracias a esa gentuza, no es muy seguro andar por esta zona un día de partido.
-Bueno… sí.
Pero ese día, fui con ellos a ver un partido entre el equipo local y el visitante.
Y bueno, cuando mis hermanos me insistieron que me fuese, me fui por una de las
puertas de atrás del campo de fútbol. Allí me encontré con Jandro, un hincha
del equipo local, el tipo que vino aquí -entonces me miró el brazo-. Es
conocido por ser una rata. Me lo encontré agazapado detrás de la puerta de
nuestro palco y cuando me golpeó mis hermanos me oyeron gritar y vino todo el
grupo –una lágrima rodó por su mejilla-. Y empezó el altercado. Yo hui todo lo
aprisa que pude… Lo demás ya te lo imaginas. No es agradable recordarlo–se
agarró de los brazos encogiéndose mientras se sentaba en el sofá.
-¿Y la pistola…?
-Tú mismo lo
has dicho. Las noches de partido, suelen haber peleas. Y los accidentes, pasan.
-¿Y por qué no
vas con tus hermanos?
-Mis
hermanos son… No tienen casa. Están en una especie de habitaciones para
empleados en los almacenes en que trabajan. Se volvieron parias. Debían pasta a quién no se le ha de pedir dinero… Y bueno,
eso. Las cosas pasan.
Me
quedé callado mirándola. A ella y a sus profundos ojos verdes. Pensé y di otra calada. Estaba llorando en
silencio. Miré mi teléfono, no tenía batería.
-Déjame
tu teléfono. El mío no tiene batería, por favor. Ve y cámbiate.
-¿Por?
¿No vas a dejar que me quede?
-¡Vamos a celebrarlo! –recapacité-
Espera, sí, voy a dejar que te quedes. Pero nada de problemas. No me gustaría
dejarte tirada en la calle, ni que me partan las costillas esos Hojas Rojas.
Oh dios, que sonrisa se dibujó en
su rostro. Sin poder evitarlo pensé en su cuerpo desnudo. Me sonrojé. Ambos
necesitábamos un trago y alguien con quien charlar. Llamé a Tomás. Ella volvió
con una sudadera gris y unos pantalones vaqueros. Hacían sus piernas más
largas.
-¿Has ido alguna vez al bar que
hay detrás de aquí?
-Siempre me ha dado algo de
repelús. No es el lugar que frecuenta una dama.
-Una dama tampoco va a los
partidos con buscapleitos –le reproché-. Aunque es cierto, da repelús.
Solté una carcajada y me dolió
todo el cuerpo, pero me sentí divino. Le sonreí y al abrir la puerta del local,
le tendí la mano.
-¡Henri! Pon dos pintas y un
plato de especiales.
-Oh, Frank. Me enteré que te
encerraron en el calabozo –dijo con las garras en la mano.
-Es cierto, pero ahora que soy un
ex convicto, ¿me invitas hoy a todo lo que quiera?
-Sabes que no. Quien no paga,
friega. Son las normas, -miró a Natalia- ¿No me presentas a la señorita?
-Soy Natalia. Mucho gusto. Está
más limpio de lo que me imaginé…
Miré de reojo a Henri. Si de algo
estaba orgulloso era de bar. Era como su hijo. Le daba mucho mimo. Se
acariciaba la barba sorprendido por la reacción de Natalia.
-Cierto señorita Natalia. No
siempre las cosas parecen lo que son. Así alejo a los indeseables. Por cierto
Frank, ¿hoy vienes por lo…? Hace tiempo que no viene nadie interesante.
-No sé, ¿me darás de beber hoy o
mañana?
La conversación decayó. Es
cierto. Recuerdo que los primeros años que venía aquí era por los espectáculos.
Habían músicos que borrachos se envalentonaban para tocar en el escenario,
otros lo hacían enserio. Otros recitaban poesía y otros contaban historias.
Allí, perdido entre la mierda y una era sin la luz de las buenas palabras. Sin
el romanticismo, sin la magia… La cueva, el último bastión de Bohemia.
Nunca llegó Tomás. Pero nosotros
estábamos bebiendo sin cesar. Ella reía y yo la escuchaba embelesado. Sus
palabras de miel, sus ojos de primavera.
-¿Qué miras tanto? –dijo entre
carcajadas-.
-Nada, -me bebí lo que me quedaba
en la pinta- voy a pedir otra.
Cuando llegué a la barra, Henri
apagó las luces. El ruido se volvió en susurro a coro. Se encendió un foco. Y
el susurro cesó. Un muchacho estaba parado frente al micrófono.
-Buenas noches señores, señoras…
señoritas y señoritos. Vamos a comenzar con… el… si… esto… El show.
El chico era un manojo de
nervios. Estaba sudando y temblando un poco. Miraba inquieto la cartulina que
tenía en la mano. Respiró tres veces. Cerró los ojos y al abrirlos mostró una
gran quietud. Su voz se volvió como la ambrosía. No pedía atención. La
reclamaba.
-Hoy, tenemos un nuevo
concursante. El señor Navarro. ¿Qué nos mostrará este desconocido?
Las luces se apagaron. El susurro
volvió. El foco volvió a iluminar el escenario. Allí estaba el médico del
calabozo… Fui hasta la mesa donde estaba Natalia. Ella me miró.
-¿Qué es este lugar? ¿Hasta
músicos? Ni que fuese sacado de un cuento.
El doctor me vio y me miró.
Inclinó un poco la cabeza. Del estuche que tenía a sus pies, sacó una
balalaica. Se oyeron susurros de exclamación, no era muy normal aquel
instrumento por esta zona. Punteó un par de notas para reclamar la atención.
Y el alcohol y las notas dejaron
vagar mi mente. No sé cuándo terminó, pero cuando me di cuenta iba en dirección
a casa tambaleándome. Cuando solo me quedaba girar la esquina, vi a Natalia
besándose con el médico. No supe por qué, pero me escondí. Era Natalia, seguro.
Me fui de allí, no podía seguir mirando. Di un paseo por las calles viejas de
Valencia. Y sin darme cuenta, me
encontré vacío y sin nombre.
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