Grito Vacío
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lunes, 12 de noviembre de 2018

Perspectiva y otras vistas:



   Si lo pienso, deja de existir el recuerdo. Se esfuma o se escurre entre mis dedos. Sé que estoy soñando y la vez despierto. No existe ningún cielo rosa ni la tierra está cubierta toda de césped. En ningún lado existe una pirámide invertida con una escalera de caracol que se pierde entre las nubes. No, no existe pero siento como el viento golpea mi cara y que la luz ilumina todo sin provenir del sol ni las estrellas.
                                                                         
                En cambio… allí estoy. Viendo aquello. Estoy desde la escalera asomándome por encima de la barandilla y mirando el suelo. Una pequeña mancha hay por allí que me saluda con la mano. Le devuelvo el saludo.
               
                Ahora estoy bajo la pirámide. Miro a ver por dónde he bajado y dónde estaba yo antes. Y como si mi cerebro estuviese andando por la cuerda floja, la perspectiva juega a escondidas de la lógica. En mi cabeza están las dos imágenes. Saludándome desde arriba y desde abajo. Trato de pensarlo, porque intuyo que no es real. Un producto de mi imaginación; como esa palabra esquiva con la que a veces trato de decir. Un segundo y cierro los ojos. Se rompe la cuerda, caigo…

                Abro los ojos y estoy en una colina. A mi izquierda la pirámide con sus escaleras negras enroscándose y subiendo describiendo una espiral cada vez más ancha, perdiéndose entre las nubes. Agudizo la vista y veo a un yo devolviendo el saludo a otro yo que está abajo saludándole. Pero ahora soy un mero espectador. Alguien fuera de mí mismo y alejado de aquello.

                Y despierto, extraño y algo mareado. Me siento como que algo perturbador me ha pasado y no me ha importado. Curioso y maravillado, saboreo la sensación de andar por la cuerda floja. Y salgo de la cama a por mi primera comida del día. Hoy va a ser un día ocupado.

viernes, 19 de octubre de 2018

Pr 1


                Encendería un cigarrillo para evadirme, sentir como el papel cruje bajo mis dedos, el darle la forma perfecta al tabaco y colocar el filtro por el extremo. Notar el olor antes de prenderlo. Aspirar un poco de aire puro, agarrar el mechero y… Bueno, volver a evadirme. Cerrar los ojos y ponerle pausa al mundo. Olvidarme del móvil, del teclado. Olvidar toda pantalla, olvidar toda persona. Olvidar… Sumirme en la oscuridad. Adentrarme en mí mismo. Centrar mis sentidos en cada sonido, en como la piel se me eriza por el frío. Pero no.

                No tengo tabaco ni papel, no tengo filtro ni mechero y… Bueno, trataré de evadirme. De entrar en sintonía conmigo mismo.

                Me pongo los auriculares y abro bien los ojos, miro el cielo y lo encuentro ahí arriba. Como si el tiempo no fuese con él. Donde las nubes van cubriéndolo sin él importarle nada. Pero a mí me pasa igual con el barro de mis botas. Me da igual que llueva mientras no me joda las gafas. Tomo aire como si fuese la última bocanada del día. Aguanto la respiración, uno…, cierro los ojos; dos…, siento como aumenta la presión en mi pecho; tres…, noto como el viento golpea mi cara, cuánto pesa la ropa y lo que llevo en el bolsillo; cuatro…, me quedo en blanco y aprieto más los ojos, ¿qué se me olvida?; cinco…, angustia; seis…; siete…; ocho… Me ahogo. Exhalo y con el aire que sale de mis pulmones siento como el pesar se va. Que los malos pensamientos se los lleva.

                Y después de todo esto sigo igual. Con las horas fluyendo sin detenerse. Con piedras en el corazón. Con el veneno en el estómago. Con las botas llenas de barro y encima, completamente empapado. Me cago en todo el mundo y la mierda esta de olvidarme el puto paraguas. Puta vida.

martes, 5 de junio de 2018

Otro relato corto (23)


            El muchacho observaba a Shiin, mientras, éste escribía en su diario. La noche anterior había sido horrible. Aún tenía los moretones del entrenamiento. En comparación a cuando vivía con la viuda, aquel esfuerzo estaba bien recompensado con bastante comida y una cama. Aunque ya no tenía que cuidar a los animales, los echaba de menos. Aquellos animales le trasmitían calma y calor. Pero no debía recordar.

            Llevaban allí bastante tiempo, pero no recordaba cuantas lunas habían pasado. Pero estaba seguro que más que todos los dedos se sus manos y de los pies juntos. Cuando terminaba el entrenamiento bien adentrada la noche, había días que las pesadillas le acosaban. La mayoría no las recordaba excepto por como empezaban, la puerta del sótano.

            Desde la noche en la ciudad en la que fue a rescatar a Shiin, no había vuelto a ver a aquel sacerdote. Aquella noche estaba borrosa, pero había algo que no olvidaría, había hecho algo maravilloso. Algo que no conocía. Shiin e había prohibido tocar el librito amarillo y la piedra negra pulida. Echaba de menos su palpito. Él fue muy tajante.

            Por otro lado, Shiin, estaba centrado tomando notas en su diario. Desde hacía bastante tiempo que no se enfrentaba a un problema como aquel. Aquello no debía estar pasando. El chico mostraba una aptitud física respetable, entendía bastante bien lo que le decía, pero había un problema en él. No había visto nunca que alguien ajeno que no conociese la existencia de la magia, pudiese usar un hechizo de aquella magnitud. El muchacho no sabía dónde se encontraba la prisión, pero le encontró. Pero la magia es caprichosa, puede pasar… Aunque la gran incógnita, era otra. ¿Por qué no podía hablar? Cada vez que lo forzaba, sentía como en el alma del muchacho había distorsiones. Algo se había filtrado dentro del muchacho, algo arcano, demasiado profundo, antiguo.

            Miró a su pupilo en el fondo de la habitación, casi con lástima. No quería recordar. Pero aquello se debía resolver cuanto antes. Ya había perdido demasiado tiempo. El chico debía aprender lo más básico aún. Volvió a mirar a sus notas. Alguien lo suficiente viejo para recordar, pero era demasiado inteligente para dejarse engañar y no hacer preguntas.

            -Griselda… -pronunció el nombre entre susurros. Aquella noche sería demasiado larga.

jueves, 1 de febrero de 2018

Sin pies ni cabeza

                Cerrar los ojos y expandir mi mundo. Ver la misma ciudad y distintos colores. Olor a primavera y a humo. Una niebla roja y espesa que cubre las calles. Una luna del tamaño del sol, con ojos y una sonrisa cruel. Estrellas cubiertas de vendas y susurrantes.

                El asfalto se vuelve arena y los edificios tienen ventanas de pegatina, las puertas no abren. La pelota en el parque quieta que no rueda. Un camión de bomberos con un lanzallamas. Y si profundizas un poco más, en el cementerio de la esquina, verás esqueletos enterrando a niños.

                Un lugar que aterroriza, un lugar donde los monstruos del armario tienen libre albedrío. Donde el tiempo transcurre de manera caótica. Un lugar único, un espacio que es mejor no encender la luz, taparse los oídos y arrancarse los ojos. Y todo esto en un instante, donde el límite lo dicta la imaginación de sus moradores.

                Una ciudad que arde sin prenderse.


                Y entonces abro los ojos, miro alrededor incómodo por el sol que abrasa y que si me pongo a la sombra hace frío. Y luego resulta que soy yo el loco.  
 

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