Si lo pienso,
deja de existir el recuerdo. Se esfuma o se escurre entre mis dedos. Sé que
estoy soñando y la vez despierto. No existe ningún cielo rosa ni la tierra está
cubierta toda de césped. En ningún lado existe una pirámide invertida con una
escalera de caracol que se pierde entre las nubes. No, no existe pero siento como el viento
golpea mi cara y que la luz ilumina todo sin provenir del sol ni las estrellas.
En
cambio… allí estoy. Viendo aquello. Estoy desde la escalera asomándome por
encima de la barandilla y mirando el suelo. Una pequeña mancha hay por allí que me
saluda con la mano. Le devuelvo el saludo.
Ahora
estoy bajo la pirámide. Miro a ver por dónde he bajado y dónde estaba yo antes.
Y como si mi cerebro estuviese andando por la cuerda floja, la perspectiva
juega a escondidas de la lógica. En mi cabeza están las dos imágenes. Saludándome
desde arriba y desde abajo. Trato de pensarlo, porque intuyo que no es real. Un
producto de mi imaginación; como esa palabra esquiva con la que a veces trato de
decir. Un segundo y cierro los ojos. Se rompe la cuerda, caigo…
Abro
los ojos y estoy en una colina. A mi izquierda la pirámide con sus escaleras
negras enroscándose y subiendo describiendo una espiral cada vez más ancha, perdiéndose
entre las nubes. Agudizo la vista y veo a un yo devolviendo el saludo a otro yo
que está abajo saludándole. Pero ahora soy un mero espectador. Alguien fuera de
mí mismo y alejado de aquello.
Y
despierto, extraño y algo mareado. Me siento como que algo perturbador me ha
pasado y no me ha importado. Curioso y maravillado, saboreo la sensación de
andar por la cuerda floja. Y salgo de la cama a por mi primera comida del día.
Hoy va a ser un día ocupado.
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