Grito Vacío
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jueves, 21 de marzo de 2013

Diario con cerveza II

-...Antes de nada pediré una cerveza y reanudaré con mi relato -el camarero tomaba nota mientras los demás pedían sus refrigerios antes de volver a sumergirse en su charla.

La pequeña mesa redonda era el eje donde nuestras voces volaban hacía los oídos y se hacían hueco en cada corazón de los que estábamos allí reunidos. Era mi turno de los cinco allí sentados, el último era yo. Como era evidente, me reservaba este momento para tomar una calada a mi cigarrillo y combinar mi sangre con algo de alcohol. Otro día con el que todos nos sentíamos unidos por recuerdos y sueños trágicos. 

-Y cuando llegó el momento todo se tornó oscuro -empecé como todas mis historias, con mi negrura combinada de aquellos días-.Todos miraron tras la ventana y otro cadáver era recostado en el portal de la casa, ya eran seis los que dejaban allí.

-Aún sigo sin entenderlo -preguntó un hombrecillo tras su prominente barba- ¿a que se debía esa acción? 

-Pues según tengo entendido, los propietarios de aquella casa eran grandes médicos pero que se negaron a curar a los lugareños. Debido a esto, ellos decidieron dejar a sus muertos alrededor de aquella imponente mansión para dar escarmiento, de poco les sirvió- suponía que el hombre tenía razón, les debía una explicación, puesto que mi historia comenzaba sin fundamento-. No pude verificar esta parte de la historia, hago hincapié que la escuche de un chico que borracho que decidió charlar conmigo por unas copas más de aguardiente. 

Y la tarde siguió su curso mientras los allí presentes bebíamos. Puesto que siempre concluía la historia con una pregunta, pretendía incitar a mis oyentes a vivir aventuras para que al volver me contasen sus andanzas. Pero yo no tenía aquel don de la palabra. Mi voz a duras penas les conseguía despertar del sueño. Pero ya eran las siete y media de la tarde y debía marchar a casa, improvisé alguna incógnita que no dio resultado pues ese no era su verdadero y trágico final. Aún era noviembre y el viento dejaba constancia de ello y en mí, siempre iba una cazadora, una bufanda y unos guantes. 

Me despedí tan formalmente como pude y marché a casa de forma apresurada. No se que edad creéis que tendré, pero en aquellos años, yo aún era menor y por mi mismo considerado un niño demasiado obsesionado con el tiempo. Con aquella edad ya tenía vicios de adulto y con mi cigarrillo clandestino volvía a mis andanzas de calle, rutinarias. Anduve por las calles con la noche persiguiendo al día que fugaz ya se escurría por el horizonte.  Mientras abría la puerta de mi casa lanzaba la colilla por la alcantarilla, sin pruebas del acto condenador. 

Subía las escaleras preocupado por como ocupar el tiempo restante hasta la cena. No debía volver a abrir aquel libro. Yo amaba mi vida monótona y aquello me sentó como un cubo de agua fría. Nunca debí leer aquellos pasajes. Ahora no veo nada con los mismos ojos. Ahora la realidad me sabe a poco. Decidí sentarme en la cocina escuchando a mi madre mientras hacía la cena saboreando cada instante insipido. Y al llegar a la cama me volví a condenar cuando me dejé seducir por aquella portada azul. Mi corazón ansiaba otra melodía de aquellas páginas y así otro día finalizó. Es cierto, aquel libro se volvía una obsesión y las obsesiones no eran buenas...

jueves, 14 de marzo de 2013

Diario con cerveza I

Justo, tal y como pensaba, el viento soplaba con tanta fuerza que hasta los árboles se balanceaban de manera alarmante. El viento llevaba consigo la tierra hacia los ojos de la gente que andaba a trompicones. Desde detrás de la ventana solo se percibía un ligero silbido del viento que se colaba entre las ventanas mal cerradas, un día magnífico imperaba y el sol de medio día imponía su ley.

Me levantaba de la silla dejando el libro sobre la mesa. Bajar las escaleras hacía que mi batín ondease dándome aires de importancia, de superioridad. Centrado en cada uno de mis nuevos interrogantes me acometía a la ardua tarea de enfrentarme a la rutina de todos los días, un café con leche y dos cucharas de azúcar. Hoy encontré unas galletitas para acompañar a este pequeño lujo. Ya era el momento del café de las doce menos cinco diario.

Me quedé plantado al entrar en la habitación, memorizaba como cada día antes de someterme a aquella lectura exhaustiva. Grababa en mi cabeza cada esquina de la habitación verde pastel, cada libro en su estante, la cama, el espejo, la silla... Todo en su sitio, tal y como estuvo ayer. Desarrollé este manía debido a aquella inmersión diaria en aquel baluarte por miedo a no volver jamás de allí. Todas aquellas peripecias a las que sometía el autor a cada de sus personajes, aquella humillación, esa falsa felicidad... todos aquellos bandazos al aire parecían aleatorios pero desde arriba se podía percibir una hermosa danza. Una danza que jamás lograré bailar.

Ya era yo sentado frente al escritorio, allí mi café humeante, las migas de las galletas y el libro eran mi única preocupación. Mientras  la gente se labraba un futuro, yo, cavaba mi propia tumba. El mundo giraba y yo con él. Y así los días pasaban con armonía y como todo buen libro, esta historia comienza cuando ya no queda sitio para esta paz. En el prólogo.

domingo, 3 de marzo de 2013

Spring Heeled Jack

Ya es media noche y nadie escucha el repiqueteo de unos zapatos que a las doce siempre andan de aquí para allá. Anda y anda entre calles y portales. Habla y cuenta estrellas en un cielo nublado. Sus zapatos marcan las horas y jamás se detienen. Su sombrero vuela de aquí para allá con los vaivenes del viento. Mirarlo puedes si te fijas atentamente, pero solo cuando no lo buscas ahí lo encuentras. Su sombrero esconde millones de historias de las que ya nadie se acuerda. 
Alguien dijo que lo vio sentado en una fuente y contando estrellas. Eso si, con su zapato izquierdo repiqueteando al ritmo del universo. Nadie que lo haya visto, lo vio llorar. Como si de una máscara se tratase, siempre anda con la misma sonrisa de misterio en su rostro. Dicen que vive en las esquinas y que duerme bajo las farolas fundidas, dicen tanto de él que ya nadie sabe que es mentira...

Pero resulta que cuando leyenda te vuelves, la gente acaba por olvidarse y la leyenda pasa a historia y muere en un cuento.Yo se que existe, yo lo he visto mirar al cielo apoyado en su bastón y sus zapatos de charol repiqueteando. Nadie lo ha visto, nadie cree ya en los cuentos. 

Se que pasa los días en los tejados, las calles se han vuelto peligrosas. La gente corre y se divierte mientras que él ahora salta en los tejados más cerca de la luna a quien siempre le dedica una hermosa lagrimita. Seduce las estrellas y anda en busca de su sombrero que otra vez se lo llevó el viento. Nadie lo ha vuelto a ver, ya no anda por las calles y los días de lluvia repiquetea con sus zapatos para imitar a los truenos. Y su andar se volvió grácil y salvaje. 

El mito muere cada noche y deja de ser un mero cuento para caer en el eterno olvido. Nadie dice ya a verlo visto pero los que le conocen y lo han visto no han sobrevivido. A lo mejor, resultará que no era tan bueno como lo pintaban... 
 

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