Grito Vacío
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viernes, 31 de marzo de 2017

Otro relato corto (9)

             -Venga muchachos, no debería haber ido demasiado lejos -gritaba uno de los soldados, Vanesa estaba detrás aspirando a bocanadas-.

            -Él niño se lo ha llevado. No sé por qué el tipo de la taberna nos dijo que lo dejásemos en paz por la noche. Maldito imbécil.

            - ¿Ahora haces caso a lo que dice ése anciano? Estás perdiendo facultades Vanesa.

            Cuando las voces se habían vuelto murmullos, si alguno de los guardias se hubiese fijado que la luz que entraba en el callejón no llegaba al suelo. Como si algo le bloquease el paso. Nadie vio nada y ahí se quedó todo.

            -Chaval, dame esa mochila. Es de un… amigo mío. Y si no me la das, ese tipo se enfadará.

            El niño aún se aferraba a la bolsa con fuerza.

            -No falta mucho, -sacó de un bolsillito un reloj pequeñito- mira chico. No querría estar en tu pellejo cuando Shiin se despeje.

            En el instante en que dijo el nombre de Shiin, lo miró a los ojos con más fuerza. Levantó la mano y se cubrió el ojo derecho.

              -No eres un mimo, dime, ¿lo conoces?

            Lo agarró de la manga y lo estiró. Asomó la cabeza afuera del callejón. No había rastro de nadie. Cuando estuvieron un rato, el niño ya no sabía dónde ir. Estaba perdido, miró a su alrededor. No reconocía aquellas casas.

            -Mira chaval, no me hagas perder el tiempo.

            De pronto unos guardias cruzaron la esquina. Les vieron y empezaron a bocear:

-        ¡Niño dame esa bolsa! Llamad a los demás. ¡Deteneos!

-        Chico, empieza a correr -dijo tirándole de la camisa-.

Comenzaron a correr como alma que lleva al diablo. Pero antes de llegar a la esquina, otros guardias encabezados por Vanesa y un hombre con una armadura llena de símbolos les cortaron el paso.


-Nos volvemos a ver, aprendiz del apóstata Shiin.

lunes, 27 de marzo de 2017

¿Qué nos hace personas?

              Esa pregunta es la que me ha estado rondando la cabeza últimamente. Con ella he pensado que tal vez sea tanto el cemento, el asfalto y el metal lo que nos ha vuelto tan fríos e insensibles. Pocas veces nos detenemos a escuchar las historias de personas ajenas a nosotros. No nos paramos a escuchar lo que nos rodea y nos evadimos en nuestro individualismo.

            También me viene a la cabeza una cita del autor Terry Pratchett, en la que decía que las personas nos recordamos que somos personas al relacionarnos con otras personas. Pero yo pienso que no es solo eso. Creo que ser persona es un pensamiento que nos da forma y que nuestra forma también acota nuestro pensamiento. Con ello y relacionándolo con lo de antes, pienso que lo que nos envuelve también nos define, pero ya no sólo lo que nos rodea, sino que también nuestras experiencias. Nosotros hemos sido tallados por nuestro pasado y presente. Y por esas mellas, condicionan lo que viviremos.

            Tal vez no hay un concepto que defina a una persona, sino que el mismo concepto sea algo que cambie constantemente. Un concepto que cada vez se renueva, pero sigue conservando lo que era. No lo sé.

            Por estas cosas vale la pena detenerse y mirar a tu alrededor. Hay cosas que uno no se plantea si no mira lo que le rodea. Si no escucha, si no camina sin rumbo.

            ¿Qué nos vuelve personas? A lo mejor somos solo personas y punto.

            

martes, 21 de marzo de 2017

Otro relato (8)

              El sol empezaba a salir y los primeros rayos del nuevo día entraban por la ventana de la habitación donde el niño dormía. Fue más el hambre que la luz lo que le despertó. Abrió los ojos y no vio a Shiin. Se acercó a la cama de al lado donde había una bandeja con los dos cuencos de sopa ahora fría.

            Recorrió la habitación con la mirada mientras comía de uno de los cuencos. Sus ojos se detuvieron en la bolsa de Shiin. La miraba fijamente. No se atrevía a tocarla después de lo de aquella noche.
           
            Alguien llamó a la puerta, era Vanesa. Inclinó un poco la cabeza y entró. Se fue directa a la bolsa de Shiin casi corriendo. El chico saltó de la cama y se abalanzó a por la bolsa también. Algo no iba bien. Abrazó la bolsa con fuerza mientras que ella estiraba.

-        ¡Suéltala maldito mocoso! -le propinó un puñetazo en la cara-.

Se le escabulló la bolsa de los brazos. Ella sonrió y él la hizo tropezar. Cayó de bruces. Vanesa masculló algo, pero él ya había cogido la bolsa. Y salió corriendo, saltó las escaleras. La gente lo miraba, oyó gritar a Vanesa y salió de la taberna como alma que lleva el diablo.

¿Dónde estaba Shiin? Miraba a todas partes mientras corría bajo un sol abrasador y se perdió entre el polvo y la gente. No quería mirar atrás. Giraba esquinas, tropezaba, corría desesperado. Sentía el duro suelo bajo los pies, como aquel entonces. No hacía frío, no había nieve. Solo miedo. Era el miedo de la huida. Aquel sentimiento resurgió, el recuerdo inundó su mente. Imágenes de la viuda, la ermita y aquella voz riendo. Quería gritar, pero de su garganta reseca no salía nada. Iba descalzo y los pies le dolían. Le faltaba el aire y las lágrimas inundaban sus ojos. Giró de nuevo por una callejuela donde no daba el sol. Se escondió detrás de unos barriles. Vanesa debería andar buscándolo. Notaba el peso de la bolsa de Shiin, pero no sabía dónde había ido. Debía de buscarlo. Hurgó en la bolsa en busca del librito pequeño…

            -Muchacho, si valoras tu vida, no deberías abrir eso…-un hombre con un sombrero, gafas negras y vestido con una sotana, lo miraba con una sonrisa histérica.

lunes, 13 de marzo de 2017

Otro relato (7)

Ya pasaba de la media noche cuando el niño ya estaba acostado. Shiin observaba el cielo por la ventana. Ahora solo se escuchaban a los guardias haciendo la ronda por las calles y unos pocos tertulianos abajo.

Shiin sacó de su bolsa un tintero y una piedra roja. Se la colocó en la cuenca vacía. La piedra le arañó la piel y una pequeña gota se escurrió como si de una lágrima se tratase. Con cuidado dejó caer la lágrima en el tintero. Tapó el tintero y lo volvió a guardar en su bolsa. Luego sacó un parche y tapó la piedra que estaba en el hueco de su ojo.  

Se acercaba el momento. Lo presentía. Se giró a ver al muchacho y luego volvió a mirar por la ventana. Se sumió en sus pensamientos hasta que se oyó como alguien llamaba a la puerta.

-Pasa.

Vanesa iba cargada con una bandeja con comida. Se le veía cansada.

-Disculpe por llegar tan tarde. Le he subido unos cuencos… ¿ya se ha dormido su hijo?

-Es… mi aprendiz. Llevamos mucho tiempo en el camino.
-Oh, vaya.

La joven había dejado la bandeja en una de las camas. Y miraba ahora a Shiin inquieta.

-Mi padre, me ha dicho que, si a usted no le importa, que yo le calentase la cama.

-Ese viejo…

Vanesa se acercó a donde Shiin estaba sentado y le cogió de la mano.

-Venga usted conmigo.

Shiin obedeció. Bajaron por la escalera y entraron por la cocina. Detrás había una habitación iluminada con velas aromáticas. La habitación olía a canela. Las pequeñas llamas bailaban mientras ella se desvestía.

Cuando se quitó el vestido, se acercó a Shiin, empezó a desvestirlo y a cubrirle de caricias. Él la observaba con su ojo azul. Él le acarició la mejilla bajando por sus labios hasta llegar a su seno y sentir los latidos de su corazón. La besó y ella le quitó la camisa. Tenía el cuerpo repleto de cicatrices y ella le besó en cada una de ellas. Él la agarró por la cintura sentándola en la cama y se tumbó. Ella empezaba a acariciarse mientras que él se quitaba las botas. Entonces la puerta se abrió. Un hombre grande y con armadura le golpeó en la cabeza.


Mientras su conciencia se desvanecía, escuchaba como más hombres armados entraban. De fondo solo escuchaba la risa frenética de Vanesa y el sonido de unas monedas tintinear. 
 

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