Ya pasaba de la media noche cuando el
niño ya estaba acostado. Shiin observaba el cielo por la ventana. Ahora solo se
escuchaban a los guardias haciendo la ronda por las calles y unos pocos
tertulianos abajo.
Shiin sacó de su bolsa un tintero y una
piedra roja. Se la colocó en la cuenca vacía. La piedra le arañó la piel y una
pequeña gota se escurrió como si de una lágrima se tratase. Con cuidado dejó
caer la lágrima en el tintero. Tapó el tintero y lo volvió a guardar en su
bolsa. Luego sacó un parche y tapó la piedra que estaba en el hueco de su ojo.
Se acercaba el momento. Lo presentía. Se
giró a ver al muchacho y luego volvió a mirar por la ventana. Se sumió en sus
pensamientos hasta que se oyó como alguien llamaba a la puerta.
-Pasa.
Vanesa iba cargada con una bandeja con
comida. Se le veía cansada.
-Disculpe por llegar tan tarde. Le he
subido unos cuencos… ¿ya se ha dormido su hijo?
-Es… mi aprendiz. Llevamos mucho tiempo
en el camino.
-Oh, vaya.
La joven había dejado la bandeja en una
de las camas. Y miraba ahora a Shiin inquieta.
-Mi padre, me ha dicho que, si a usted
no le importa, que yo le calentase la cama.
-Ese viejo…
Vanesa se acercó a donde Shiin estaba
sentado y le cogió de la mano.
-Venga usted conmigo.
Shiin obedeció. Bajaron por la escalera
y entraron por la cocina. Detrás había una habitación iluminada con velas aromáticas.
La habitación olía a canela. Las pequeñas llamas bailaban mientras ella se
desvestía.
Cuando se quitó el vestido, se acercó a
Shiin, empezó a desvestirlo y a cubrirle de caricias. Él la observaba con su
ojo azul. Él le acarició la mejilla bajando por sus labios hasta llegar a su seno y sentir los latidos de su corazón. La besó
y ella le quitó la camisa. Tenía el cuerpo repleto de cicatrices y ella le besó
en cada una de ellas. Él la agarró por la cintura sentándola en la cama y se tumbó. Ella empezaba a acariciarse mientras que él se quitaba las botas.
Entonces la puerta se abrió. Un hombre grande y con armadura le golpeó en la
cabeza.
Mientras su conciencia se desvanecía,
escuchaba como más hombres armados entraban. De fondo solo escuchaba la risa
frenética de Vanesa y el sonido de unas monedas tintinear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario