El
sol empezaba a salir y los primeros rayos del nuevo día entraban por la ventana de la habitación
donde el niño dormía. Fue más el hambre que la luz lo que le despertó. Abrió
los ojos y no vio a Shiin. Se acercó a la cama de al lado donde había una
bandeja con los dos cuencos de sopa ahora fría.
Recorrió la habitación con la mirada
mientras comía de uno de los cuencos. Sus ojos se detuvieron en la bolsa de
Shiin. La miraba fijamente. No se atrevía a tocarla después de lo de aquella
noche.
Alguien llamó a la puerta, era
Vanesa. Inclinó un poco la cabeza y entró. Se fue directa a la bolsa de Shiin
casi corriendo. El chico saltó de la cama y se abalanzó a por la bolsa también.
Algo no iba bien. Abrazó la bolsa con fuerza mientras que ella estiraba.
-
¡Suéltala
maldito mocoso! -le propinó un puñetazo en la cara-.
Se le escabulló la bolsa de los brazos.
Ella sonrió y él la hizo tropezar. Cayó de bruces. Vanesa masculló algo, pero él
ya había cogido la bolsa. Y salió corriendo, saltó las escaleras. La gente lo
miraba, oyó gritar a Vanesa y salió de la taberna como alma que lleva el
diablo.
¿Dónde estaba Shiin? Miraba a todas
partes mientras corría bajo un sol abrasador y se perdió entre el polvo y la
gente. No quería mirar atrás. Giraba esquinas, tropezaba, corría desesperado.
Sentía el duro suelo bajo los pies, como aquel entonces. No hacía frío, no
había nieve. Solo miedo. Era el miedo de la huida. Aquel sentimiento resurgió,
el recuerdo inundó su mente. Imágenes de la viuda, la ermita y aquella voz
riendo. Quería gritar, pero de su garganta reseca no salía nada. Iba descalzo y
los pies le dolían. Le faltaba el aire y las lágrimas inundaban sus ojos. Giró
de nuevo por una callejuela donde no daba el sol. Se escondió detrás de unos
barriles. Vanesa debería andar buscándolo. Notaba el peso de la bolsa de Shiin,
pero no sabía dónde había ido. Debía de buscarlo. Hurgó en la bolsa en busca
del librito pequeño…
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