Mi
alrededor va hacia adelante y yo me estoy rezagando. Y aunque hace calor,
siento que tengo frío el corazón. El olvido y el silencio está ahí, a la vuelta
de la esquina.
Me
pongo los cascos pequeños y el volumen al máximo. Todo para enfrentarme al
silencio. Pero a la soledad… no tengo nada con lo que combatir. Simplemente no
hay nada. Sin piedra de toque, voy a tientas y a ciegas.
La
excusa de: “he de tener paciencia”, y la de: “cambiar de aires”. No me valen.
Tengo algo que me arde en la tripa. Algo que me araña y chapotea. Las mariposas
no tienen garras ni gritan. Mucho menos supuran.
Vuelvo
a verme en las sombras, en una habitación enorme. Dónde solo oigo voces y no
siento el viento. En medio de la habitación hay una jaula, repleta de arañazos
y de un candado roto. Rodeo la jaula con la mano, siento el frío metal y el
tacto reseco de la sangre. La mía propia.
Me
siento en el sillón enfrente de ella. Miro el espejo de detrás y el reflejo me
muestra la verdad, mi imagen superpuesta con los barrotes. Las paredes habrán
cambiado, pero no la prisión. Solo cabe en mi cabeza una idea. Ira.
No hay comentarios:
Publicar un comentario