-Cuando de la señal, quiero que todos
los hombres ataquen.
Hefesto
estaba sentado detrás de unos arbustos. El sacerdote Axel se había puesto con
las sacerdotisas, pero no hubo suerte. Estaba furioso, le temblaban las manos.
Contaban con dos sacerdotes en cada grupo. Él comandaba el primer grupo,
formado por diez hombres y dos jóvenes sacerdotes. Antes de entrar en el bosque
se detuvo a observarlos, estaban muy excitados. Les soltó una reprimenda con
tal de que se concentrasen. Esto no era un juego. No podían permitirse ningún error.
Axel
y Hefesto, habían comprobado en el papiro que había dos señales. Uno que se
dirigía hacia el este y otro que estaba dando vueltas alrededor de los muros.
Hefesto decidió ir a por esta segunda señal. Era la más probable. No era un
experto en magia, pero crear un señuelo requería de mucha. El sacerdote Axel aceptó
de mala gana marchar hacia el este.
-
¡Señor! Hemos encontrado a unos cuatrocientos metros una hoguera y dos
personas. Los sacerdotes han confirmado que uno de ellos es usuario de magia.
Coincide con el documento del sacerdote Axel. Ya hemos reforzado a los hombres
y están listos cuando usted lo ordene.
-Muy
bien, Lucas. Si las cosas se complican, quiero que elijas a tres hombres y te
acompañen a la capital -sacó de dentro de la armadura una carta sellada-.
Quiero que le des esto al Maestro Lucius, no quiero que nadie más lo sepa.
¿Entendido?
-
¡Sí! Mi señor.
-
Mira el cielo, ¿no te recuerda a la noche del incidente?
-
Perdone, no recuerdo.
-
Lucas, por favor. Ahora te estoy hablando como un amigo -lo miró a los ojos,
Lucas se relajó-, tú también perdiste seres queridos.
-
Señor Hefesto, en aquel entonces no era usted quién nos dirigía. No se culpe
más por lo de la aldea Vigía. Usted insistió al teniente Sebastián, fue culpa
suya. Y hoy, cobraremos venganza.
En
otros tiempos, ellos eran compañeros de literas en la academia. Lo único que
les diferenció, fue su habilidad en el uso de armas mágicas. Si las cosas
hubiesen sido distintas, tal vez aquel soldado estaría en su lugar.
-Hefesto,
sé que tú también perdiste allí alguien. No pierdas la calma. Has luchado hasta
hoy y has sobrevivido. Como amigo te digo, no hagas ninguna tontería.
-Gracias.
Vamos.
Hefesto
se levantó, miró a Lucas a los ojos y vio lo que necesitaba. Guardó el colgante
que le salía de la armadura y se lo puso en el pecho. Desenvainó la espada, vio
como la luz reflejaba en la hoja. Sintió el peso de la armadura, la longitud de
su espada y empezó andar. Aquella era una noche muy especial, una en la que los
lobos salían a cazar.
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