A pedazos me caigo por el camino.
En la lejanía veo una posada y a una joven tendiendo. El sol se está poniendo y
con ello mi sombra se vuelve más grande y pesada. Me apeo y miro mis bolsillos
en busca de monedas sueltas. Palpo y noto el ruido metálico.
Abro
la puerta de la posada. Me acerco a la barra y con el gaznate áspero, pido una
bebida. El posadero manda a la joven a por el whisky. Se disculpa porque no hay
hielo, demasiado calor. Da igual. Cojo el vaso y me siento al fondo de la sala,
esquivando miradas.
Me
siento y la silla se queja, dejo el vaso y miro la estancia. La joven de
cabellos caoba que aun con prisas, sonreía a cada cliente con una luz impropia
del lugar. Todos la mirábamos como se reía, como esquivaba con dulzura cada una
de las pullas que le lanzaban los viejos.
-Disculpe,
¿quiere otro?
Su
voz sonó como el amanecer, dulce y natural. Asentí con la cabeza y la observé
más detenidamente. Aunque no abundante, pero si generoso busto, una cadena de
plata lucía se balanceaba. No debería ser muy mayor, pero sí lo suficiente para
empezar a ser cortejada.
A
medida que los clientes iban marchando, las horas se volvían más lentas. No
paraba de mirarme. Nervioso y tal vez por el alcohol, le mantengo la mirada y
le devuelvo la sonrisa. Y la noche seguía pasando.
Ya
solos, decidió sentarse. Me preguntó cómo me ganaba la vida y cómo podía estar
allí, en aquel lugar de mala muerte. Le conté como llegué allí. Le dije que fue
por ella que decidí entrar. Y solo escuchaba su sonrisa. Me cogió de la mano y
me acompañó a donde el establo. Ya no había nadie, ni los caballos.
Sonreía
como podía por el alcohol y la dicha. No dijo nada, pero con agilidad me
desabrochó los botones. Y con torpeza, le desaté el corsé y la falda. Si
vestida era una estrella, desnuda era el sol. Se acostó sobre la ropa y fui
persiguiendo su perfume.
No
recuerdo que tanto la besé, pero cada uno fue único. Su calor rozar con mis
labios, sus labios morder mi cuello, fue bastante para perder la cordura.
Mientras bajaba por su cuello con besos me detuve en su seno, mientras que con
la otra mano acariciaba el otro. Mientras con la lengua lamía el pezón, con la
otra mano agarraba el otro. Sus manos paseaban por mi espalda y mi pelo hasta
llegar a mi cara, me arrastró a sus labios. Mientras me besaba, me agarró del
pene y lo acariciaba. Yo la imité, me abrió sus piernas mientras bajaba la mano
por su vientre. Estaba húmedo, cálido. Cuando mi dedo corazón rozó sus labios,
se tensó un poco. Quería sentir su cuerpo, cuanto más acariciaba más quería. Le
acaricié hasta sentir que el clítoris estaba hinchado. Le metí solo la yema del
dedo y su beso se convirtió en un mordisco. Me excitó, bajé a besos de nuevo
hasta llegar a su vagina, donde mi dedo ya había entrado y empecé a lamer. Ella
estiraba mi pelo, me apretaba con las piernas. Unos pequeños espasmos y luego
volvió a pedirme que la besara, la besé y me tumbó.
Ahora
ella encima de mí, sus muslos a cada lado de mi cabeza. Aun a oscuras podía ver
su sexo húmedo enfrente de mí. Ella se agachó para poner mi miembro en su boca.
Primero lo acarició, con la lengua rozaba el glande y para luego rodearlo,
bajaba por el tronco. Me faltaba el aire, me ahogaba. Cuando por fin ya
recuperaba el aliento, noté como el calor de su boca rodeaba por completo mi pene.
Cerré los ojos y me dispuse a lamer su vagina, rodeando el clítoris hasta
meterle la lengua. Ella succionaba con fuerza mientras que yo seguía lamiendo e
introduciendo mis dedos dentro de ella.
Cuando
se detuvo, se incorporó y me miró a los ojos. Sus ojos a juego con sus cabellos
y sus labios de miel me susurraban cosas. Se acercó y me besó mientras se
sentaba sobre mi pene. Cálido y húmedo. Cuando entró todo, me sonrió. Una
lágrima corría de sus ojos. Su cadena de plata no estaba. Pero ya no podía
pensar. Subía y bajaba, yo agarraba sus senos y poco a poco iba pellizcando con
ternura sus pezones. Cuando me besaba, ponía mis manos en sus caderas para
moverla con más fuerza.
Me
empujó hasta tumbarme, puso sus manos sombre mi vientre y me montó. Vi como aceleraba,
sentí como apretaba con más fuerza. Vi como su sonrisa se ensanchaba y ya no
quedaba rastro de la lágrima. Agarré su culo y apreté su ano, sentía
curiosidad. Aún apretó más y se detuvo, me miró y me mordió en el cuello. Me
quitó las manos y se puso de espaldas a mí. Su sudor me excitaba aún más.
Sentía como unas pequeñas convulsiones y unos gemidos contenidos.
La
tuve que parar, quería devolverle el favor. La agarré y me abrazó la cintura
con los pies, la sujeté para mantenerla un poco separada y empecé a moverme.
Penetraba lentamente hasta que no podía más y luego apretaba. Me consumía el
ansía y quería más, así que la seguí penetrando, pero más rápido. Me arrodillé
para tumbarla, la agarré por las muñecas para inmovilizarla y poder verla
desnuda. Era maravillosa. La besé y lamí el sudor de entre sus senos.
Volví
a penetrarla, pero sin tanta fuerza, la besé y le puse la mano en su rostro.
Quería que me mirase a los ojos. Cada vez más rápido, más calor y más sudor.
Sentí que no podía aguantar más, ella me sonrió y asintió. Me susurró, solo un
poco más. Aguanté lo que pude, ella tenía la mirada perdida y en un último
apretón, sentí como se contraía y me apretaba. Noté como me arañaba la espalda
y una oleada placer y cansancio me golpearon.
Recuerdo
tumbarme a su lado, recuerdo su calor y su sonrisa mientras dormía. Pero al
despertar, seguía estando en el camino. Palpé mis bolsillos y donde había unas
monedas, solo se encontraban unas pocas balas y un viejo revolver.
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