He intentado
describir esa sensación durante bastante tiempo y muchas veces. Lo he reflexionado,
pero, aun sigue siendo escurridiza.
Lo
más parecido sería el instante en el que todo se detiene y a la vez fluye. Un
instante que está y no está. Solo es el interruptor de tu cabeza que se activa.
Cuando toda la carga que llevas sobre tus hombros la apartas. Simple y
llanamente. No hay más.
Un
torrente de emociones que te inundan y que de pronto ya no queda nada. Todo lo
que sucede después es por inercia. Vacías la mochila con la que cargas con tus
problemas y sigues recto, haya sendero o no. Avanzas hasta que termina. Tu
mochila se vuelve a llenar y te vuelves otra vez pesado. Y es en este punto en
el que de verdad le das importancia:” todo tiempo pasado fue mejor”.
¿Qué
nos ocurre? ¿En qué pensamos? Sinceramente en cualquier cosa, menos en no dejar
esa mochila en la que guardamos nuestras piedras/problemas. Aun siendo un
lastre.
Esta
sensación que quiero explicar, es en el instante en el que sientes que no
puedes más. Ese instante en el que furioso y con el lodo hasta las rodillas,
decides resolver tus problemas. En el instante en el que con pico en mano partes
cada uno de tus problemas en pequeños traumas. En el momento en que ves que
todas esas piedras están hechas de lo mismo y con una de ellas en el bolsillo
te basta.
Y
esto es importante, esa piedra es vital. Necesaria para recordar, necesaria
para aprender. Es por su peso que recuerdas lo que fuiste y en lo que te has
convertido.
¿A
qué así es más fácil avanzar? ¿A qué es más fácil comprender y aprender la raíz
de tus problemas? Aunque sea una montaña, aunque cambie de color y brille con
distintos colores. Todo son piedras y cuando te haya engullido la oscuridad de
la cantera… Ahí podrás descansar, con pico en mano y una sonrisa, directo a la
siguiente vida.
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