Al
salir y seguir a Shiin, la visión del chico se volvió borrosa. Se giró y vio
que no había rastro de la roca mellada de la prisión, nada más que unos tristes
barrotes que antes no estaban ahí. Volvió su mirada a Shiin y lo siguió.
Durante
un momento, Shiin le fallaron las piernas y cayó. El chico fue a ayudarlo, pero
éste lo apartó.
-No
es nada, simplemente me encuentro algo débil.
Siguieron
andando hasta llegar a una puerta maciza de roble. Shiin acercó el oído y luego
con cuidado empujó la puerta. La habitación estaba repleta de cachivaches y
uniformes en cestas. Además, había una mesa con botellas, velas y platos.
Al
fondo de la habitación, había un guardia recostado en una silla durmiendo.
Shiin entró y cogió los uniformes. Luego se acercó al guardia. En su cinto
había una espada y un manojo de llaves. Cuando fue a tomarlo, el guardia se
estaba despertando. El chico fue corriendo, saltó encima la mesa y agarró una
de las botellas por el cuello y la estampó todo lo fuerte que pudo en la cabeza. Shiin se
levantó de un salto, sorprendido.
-Gracias…
No me había dado cuenta.
Algo
había en Shiin que al chico no le gustaba. Si uno se fijaba, podía ver que las
arrugas estaban más marcadas, su voz no era tan profunda y que sus movimientos
eran más lentos. Algo le estaba pasando.
Shiin
se puso el uniforme que había encontrado. Se ciñó la espada al cinto y salieron
del cuarto.
-Ahora
estate quieto. No hagas nada.
Shiin
puso la mano en el suelo, se concentró y la piedra roja que tenía en el ojo, empezó
a supurar un líquido negro. Una pequeña gota calló sobre el reverso de la mano.
Empezó a sudar y a ponerse rojo. Apretó la mano contra el suelo y de manera
súbita e instantánea, el chico sintió como si alguien le hubiese empujado hacia
atrás.
-Me
han descubierto, -dijo Shiin con un hilillo de voz- tenemos que correr.
Empezaron
a correr como pudieron, a lo lejos se escuchaba el entrechocar de las armaduras
y gente gritando órdenes. Giraron solo vieron la primera esquina e intentaron
esconderse. Aquello cada vez parecía más enorme. Vieron una puerta y se
apegaron a ella tan rápido como pudieron. Los guardias que habían escuchado, no
habían girado.
Entonces,
la puerta se abrió y una voz dijo:
-Oh,
¿así que ya estabas aquí?
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