Grito Vacío
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martes, 6 de junio de 2017

Otro relato corto (18)

            La habitación estaba completamente a oscuras, incluso así, sentía a Shiin enfrente de él. Por impulso dejó caer el libro y la piedra. Abrazó a Shiin.

            -No te distraigas chico -dijo apartándolo de él-. ¿Qué haces con mi libro? ¿Y esto?

            Shiin sujetaba ahora la piedra negra que tenía él antes. Lo miró y vio que su ojo azul echaba chispas. Apretaba los dientes y respiraba muy fuerte. Shiin se levantó y alcanzó el libro, se quitó el parche y como si el aire se hubiese espesado, la habitación se agrandó. Las letras que había escrito con sangre empezaron a brillar y moverse hasta el libro. Le dio el parche al chico y cuando el niño lo miró vio aquellos mismos ojos que la noche en la cual le pilló cogiendo el libro de su mochila. Shiin estaba furioso.

            - Vamos a salir de aquí -su voz sonaba dura como el hierro-. No tenían permiso para encerrarme. No ellos.

            Se acercó a la pared de piedra mellada, arrancó una de las hojas del libro y la puso sobre la pared. Los caracteres continuaban brillando y moviéndose. Salieron del papel y empezaron a expandirse por la pared iluminando toda la habitación con una luz roja y tenue. El aire cada vez estaba más pesado, al chico le costaba respirar. La temperatura de la habitación empezaba a subir cada vez más.

            -Si lo que queréis es absorber mi magia, tomadla toda.

            La pared de pronto estalló sin hacer ruido y dejando enfrente de Shiin un gran hueco. Él avanzó y cuando salió, se giró y le dio la mano al niño que estaba hecho un ovillo y con los ojos abiertos. Muy abiertos.

            -Tienes miedo, no lo tengas.

            El niño lo miraba a los ojos, no era solo miedo lo que brillaba en sus ojos.

            -Te lo voy a decir de nuevo. Mi nombre es Shiin y quiero enseñarte el camino de la magia. Ahora decide, si quieres aprender y vivir o quedarte aquí encerrado en un mundo aburrido y triste. Elige ahora.
           
            Hefesto estaba gritando y llorando con el cuerpo de Lucas en sus brazos. Solo había árboles quemados y rotos, los cuerpos quemados de los soldados desperdigados por todo el suelo. El mocoso se había escapado, su amigo había muerto y, ¿para qué? No quedaba rastro del cuerpo del prisionero tampoco. El suelo estaba completamente negro y quemado. El sacerdote que lo había acompañado y los otros dos soldados estaban recogiendo los cuerpos.

            -Señor, el otro sacerdote ha sobrevivido. Está inconsciente.

            - ¿Está Jacob ahí? -dijo el otro sacerdote esperanzado- Llevadme con él, intentaré despertarle.

            -Detente, -dijo Hefesto- antes quiero que le mandes un mensaje al padre Axel, dile que lo encontramos y se ha ido todo a la mierda. Y que necesito hablar con él.

            -Pero, …

            -Es una orden. Luego haz lo que quieras.

            La mente de Hefesto estaba confundida, la ira y la impotencia bullía en su cabeza. Sin apartar la mirada del rostro de su amigo, una lágrima se escurrió. No debía llorar más. Los soldados no lloran. Arrancó del cuello de Lucas y de los otros soldados, las chapas de identificación y los guardó en su armadura.

            -Señor Hefesto, -el sacerdote herido había despertado, tenía el rostro quemado- lo siento mucho por su perdida. No pude salvar a nadie.

            -No es tu culpa.

            El sacerdote se arrodilló junto a Hefesto y agachó la cabeza.

            -Fue mi error y era mi deber. Así que haré cuanto sea necesario por ayudarle, tanto cuanto esté en mi mano. Irandi es un peligro mayor de lo que en la Iglesia piensan. No podemos dejarlo correr libre.

            - ¿Insinúas que sigue vivo?

            - Sí, mi señor.

            -Vivo, … -dejó el cuerpo en el suelo y se levantó-, ¿puedes llevarme ante él?

            -Puedo. Pero necesito hablar antes con el padre Axel.

            

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