Me
he despertado en una encrucijada. Ahora estoy cubierto de polvo y no sé cómo
volver. El viento borró mis huellas y no sé qué sendero tomar.
Abro
la maleta que se encuentra a mi lado. Sucia y desgastada. En ella encuentro
unas monedas y billetes para tren. No veo vías ni ningún lugar donde poder
comprar algo para comer. La ropa que allí había no era mía, estaba muy limpia,
con algún que otro descosido en los pantalones a la altura de la rodilla, las
coderas desgastadas y aún así todo estaba muy pulcramente guardado. Aquello no era
mío, no era de mi talla. O muy grande o muy pequeño.
Debajo
de la ropa, había un mapa y una brújula. El papel del mapa estaba borroso, a
duras penas podía distinguir las montañas y caminos; la aguja de la brújula
giraba como loca. Estaba perdido.
Seguí
rebuscando entre los bolsillitos. En ella, había juguetes, más monedas, una
navaja de afeitar, espuma, una pitillera y un diario. Abrí la maleta
completamente y seguí buscando comida y agua. Allí no había nada que se
le pareciese. Agarré la pitillera y no había tabaco. Notaba como dentro de mí
algo se ahogaba. La garganta la tenía seca y los latidos de mi corazón sonaban
más fuertes.
Me
exasperé y rasgué la ropa, rompí la maleta y los juguetes, alejé de mí todo y
cuanto había allí. Grité hasta dejarme la voz, golpeé el suelo hasta dejarme
los nudillos en carne viva. Y cuanto más me enfadaba, más triste me encontraba. Por las lágrimas, apenas podía vislumbrar los senderos. Y cuando me
di cuenta, el sol ya había desaparecido. Me acosté abatido.
Una
fuerte ráfaga de viento, arrastró el diario. Aún algo furioso, lo ignoré.
Pasaron las horas y no pude dormir. Me levanté del suelo y recogí todo el
estropicio. ¿Por qué? No lo sé. Me sentía mal conmigo mismo, no tenía por qué pagarlo con aquellas cosas.
La
maleta estaba tirada, las ropas rasgadas y los juguetes destrozados. Cogí todo
y lo metí como pude en la maleta y la cerré. Cuando ya había podido cerrar la
maleta, vi el diario al lado de un manzano. Agarré dos manzanas y me las comí.
Entonces con la tripa llena, empecé a leer. Tal vez allí encontrase algo.
Cuando
salió el sol, agarré la maleta y me metí en los bolsillos unas manzanas más. A
los pocos pasos, me volví a encontrar en la encrucijada. Había un sendero, un
camino llano y otro que, si solo entrecerrabas los ojos, podías distinguirlo
entre las ramas de los árboles. El primero se dirigía hacia la puesta de sol,
otro hacía las montañas y el último no lo sabía. ¿Qué era aquello que me
depararía el camino? ¿Qué ruta debía escoger? Entonces recordé el diario.
Sonreí.
Todos
los caminos llevan al mismo sitio, hacia el futuro. Da igual de dónde vengas, a
dónde vayas. El mañana llegará. Y es nuestro deber decidir, a pesar de las
dudas, del miedo y la rabia. Anda, llegar es solo una parte del camino.
Aunque
todo esto es una metáfora, el diario mi pensamiento y la
maleta mi corazón. Allí guardaba mis recuerdos de la infancia y lo que yo
quería ser. Y aunque esté roto o sea viejo, aunque esté desgastado, soy lo que decido
tomar y dejar. Soy el camino que yo elijo.