En momentos de silencio un
ángel cava su tumba bajo las estrellas. En su medallón reza su nombre escondido
entre las sombras. Lágrimas tatuadas en su mejilla muestran la herida que en
silencio cicatrizó. Siempre encerrado entre cuatro paredes. Ni la luz es capaz
de escurrírsele entre su pelo. Sus ojos grises escrutan la tierra y ella le
sedujo.
Has llorado enfrente del río y nadie ha secado tus
lágrimas. Has limpiado el barro de tu pala y mojas tu frente con el agua que
fluye. Nadie se movió para buscarte de entre las sombras, nadie quiso salvarte.
Pero sentado estás en un puente de hormigón y ves el reflejo del cielo en el
agua. No se detiene y las nubes no se ven con claridad. Miras al cielo y ves
que no tiene que ver con su reflejo. Es más hermoso y luce con un fulgor
intemporal, entre tú y yo, él es inmortal. Tienes envidia, pero no le entiendes.
Para él, nunca has sido más grande que un grano de arena.
Ahora todo está tranquilo, todo está en armonía, el
murmullo del río y el cantar de las hojas. El mundo gira y nunca fuiste capaz
de detenerlo. Te escondes recluido como un ermitaño, crees ser un hombre sabio
pero no pasas de crío. Llegas a tu escondrijo, te haces un té y paseas la vista
por la pequeña estancia. Te detienes cuando ves un mueble tapado con una tela.
Te prometiste no volver a mirar. Él murió con su recuerdo.
La curiosidad despierta en tu interior y te acercas.
El destino se encaprichó y la tela se escurrió dando a luz a un espejo con un
marco de oro. Te acercaste y viste a un hombre con la piel quemada y
desaliñado, sucio. Parecía estar cansado. Acercaste la mano para acariciar su
rostro. Pero él no se inmutó. Siguió con los ojos puestos en los tuyos. Un
brillo amarillo centelleaba en su mirada. Y con impaciencia el reflejo adelantó
un paso agarrándote la mano, sonriéndote y saliendo del espejo. Y caíste al
suelo inconsciente, el olor a incienso impregnaba la habitación.
La lluvia azotaba con fuerza a tus ventanas.
Despertaste del sueño, no sabes cuánto tiempo ha pasado, pero un imperioso
deseo de comer carne rugía en tus entrañas. El olor a tierra mojada había
eclipsado al incienso. Te levantaste del suelo y viste el espejo. Ya no había
reflejo, que extraño, ¿no? Lo tapaste de nuevo y abriste la puerta. Si nadie te
ha ayudado, ya no lo harán. No dependas de nadie. Quita el polvo a la moto y
sal otra vez a por la tormenta.
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