Grito Vacío
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viernes, 10 de febrero de 2017

Otro relato corto (6)

            Recogieron los cacharros y las mantas y siguieron caminando. Anduvo por detrás de él vigilando que no hiciese ningún movimiento brusco.

            Siguieron andando hasta el anochecer. No muy lejos de donde estaban, se escuchaban voces y gente gritando. Shiin le indicó que no se debían detener, siguieron andando hasta que llegaron a una especie de muralla con antorchas y con hombres apostados con arcos y espadas.

            Dos de estos soldados le indicaron a Shiin que se acercase. Estuvo un buen rato con aquellos hombres. Al volver señaló que debían pasar por la puerta. Dentro había un pueblo, bastante más grande que él había visto. Las casas no eran todas de madera, sino de piedra y de colores grises. Había gente tirada por la calle con cuencos, mujeres que olían a jazmín y a tabaco y algún que otro hombre borracho sin poder tenerse en pie.

            Se detuvieron enfrente de una posada. Shiin estuvo discutiendo con un hombre bajito y gordo. Sacó de un bolsillo dos monedas de cobre. Las tiró sobre la mesa y dijo:

-        ¡Nunca he tenido que pagar por dormir aquí!

-        Lo siento, pero no estamos ahora para prescindir del dinero. Compréndalo señor, los caminos son más peligrosos y mi negocio se resiente. Y yo también he de comer. Vanesa les llevará a la habitación, ven Vanesa.

Vanesa era una muchacha joven, su rostro estaba muy delgado y la piel muy pálida. Llevaba un delantal manchado de harina y olía a pan recién hecho. Cogió la llave que el señor gordo le ofreció y subieron por las escaleras. Vanesa les mostró la habitación y entraron.

-        Disculpe señor. Siento que mi padre haya sido tan brusco. Cuando cerremos, si no le es molestia, puedo subirles algo de comida.

-     Gracias Vanesa, no quisiera meterte en problemas. Y no te disculpes por ese avaro gruñón.

Shiin encendió dos pequeñas velas rojas que sacó de su bolsa. Un niño un poco más mayor que nuestro pequeño protagonista, subió leña y encendió el fuego en la chimenea. Cuando se quedaron solos, Shiin estaba sentado en la silla mirando el fuego. Luego clavó la mirada en el chico y suspiró.

-        Ven, acércate. Quiero enseñarte algo.

El niño obedeció y fue a su lado. Shiin sujetaba el pequeño libro y el cuaderno. Uno en cada mano.

-        Hablar, ¿puedes? -dijo con señalándose la boca.
El niño asintió.

-        Comprendo. Pero, ¿por qué no dice nadas?

El niño recordó lo que hacían los niños de su pueblo cuando los adultos les preguntaban. Y levantó los hombros. Shiin, meditó unos segundos y miró el librito y el cuaderno.


-Yo te enseñaré.

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