Al
abandonar el pueblo, completamente desnudo y magullado. Tiritando del frío,
deambuló por el bosque en una noche sin luna. Lloraba en silencio, puesto que
se había quedado sin voz después de gritar de dolor. De sus ojos, las lágrimas
tampoco salían, eran pequeñas gotas de hielo.
El shock fue demasiado para su joven
mente, las imágenes de la viuda colgada corrían entremezcladas con el griterío
y la violencia en el pueblo. Aun así, siguió andando.
Al día siguiente, ya no se sostenía
en sus pies despellejados y quemados por la nieve. Calló en el camino. Estaba
tan cansado que no oyó la carreta que se acercaba…
Cuando abrió los ojos, se encontró
enfrente de una pequeña hoguera, un cuenco con algo parecido a un estofado y
enrollado con mantas y con una ropa que no era suya.
-Come un poco, no es mucho.
Un hombre mayor, le miraba desde las
sombras proyectadas por las titilantes llamas. Al ver que el niño no le
entendía, le señalo el cuenco. Se forzó a comer, sabía a meados aquello. Aun así,
comió. El hambre crecía a la vez que la porción menguaba. Al terminar, el sueño
volvió.
Cada vez que despertaba, se sentía
mejor. Cuando abría los ojos, estaba en un sitio diferente y siempre
aquel hombre tenía el pequeño libro en la mano. Y aunque las sombras ocultasen
su rostro, sentía que le estaba mirando a él.
(Holas, me gustaría conocer vuestra opinión y que querríais añadir, ya que la escribo sobre la marcha. )
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