No sé qué
decir. Si tuviese que explicar lo que siento en este instante, es complicado.
En mi cabeza hay gusanos que me devoran. El silencio ya no está. Al menos no
ahora. Tengo de nuevo mi armadura, unos auriculares y la música a todo volumen.
Un ritmo lento y dejarme flotar. A pesar de mis miedos, son estos momentos en
los que me siento más feliz. Y no tengo nada en mis manos ni en mi historial
que me enorgullezca.
Pero es esa
euforia infundada entremezclada con la misma ira de siempre. Es como un
caramelo muy dulce que por sorpresa tiene pica pica. Es divertido.
Es en estos
momentos que siento que nada puede fallar, que soy la marea que nadie puede
detener. En parte creo que es por la historia sobre “El pastor”, la que estoy publicando aquí con el nombre de Otro relato corto.
Es el sentimiento de excavar en el vacío y encontrar un
tesoro. He encontrado una pequeña veta de oro en medio del desierto. Ahora he
de ser cuidadoso. Tengo miedo de que se rompa o que tome una decisión errónea y
deseche otra idea. Es emocionante. Tal vez sea un poco sádico y masoquista a la
vez.
Son estas
sorpresas en las que le encuentro la gracia a la vida.
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