Un silencio incómodo se apoderó de
la situación. El chico lo miraba a los ojos, tenía las pupilas dilatadas. Shiin
se fijó en la postura del crío y se dio cuenta que tenía miedo. Decidió probar
otra cosa. Se acercó a la hoguera, cogió una pequeña ramita que apagó con un
poco de tierra. De su bolsa sacó otro cuaderno desgastado. Escribió un par de
cosas, lo cerró y lo guardó de nuevo.
Se acercó al chico y cogió el libro
de sus manos. También lo guardó. Miró fijamente a la hoguera, las llamas danzaban
frenéticamente y se colocó la capucha ocultando de nuevo su rostro.
Adentrada la noche, el niño aún
seguía despierto, con los ojos abiertos. No había recibido ningún golpe y eso
era nuevo. Se levantó del suelo y se acercó al hombre que dormía profundamente.
Luego intentó alcanzar la mochila del hombre aquel con tal de conseguir aquel
pequeño libro. Quería sentirlo entre las manos. Y en ese instante, un ojo frío
como el hielo lo observaba y una luz pequeña y roja como la sangre envuelta en
tinieblas lo contemplaban fijamente. No podía apartar la mirada de aquellos dos
ojos. No era miedo, era terror. No fue capaz de mover ningún músculo. El hombre
se levantó, su rostro era una más cara de piedra y sombras.
-Deja eso… No tienes permiso…
-pronunció esas palabras sin mover los labios. Y un montón de imágenes,
sensaciones y pensamientos pasaron por su mente.
Lentamente alejó sus manos de la
bolsa. Se retiró un poco, pero antes de alejarse mucho el hombre le agarró el
rostro y lo acercó a él. Sintió como si lo estuviese engullendo el barro. Hasta
que perdió la consciencia y llegó la oscuridad y el olor a canela.
Al día siguiente despertó con un
gran dolor de cabeza, vio a Shiin hirviendo un poco de agua con unas pocas
hojas que no supo recordaba haberlas visto nunca. Miró a los ojos a Shiin y
éste le devolvió la mirada como pudo. No había rastro de ninguna luz roja en su
cuenca vacía. ¿Sólo habría sido un sueño?
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