-Ten cuidado perro de la Iglesia, estás
mordiendo más de lo que puedes masticar.
Antes
de replicarle, la figura vaporosa ya había desaparecido. Aquello le dio una
idea a Shiin de donde podía estar. Aquello podría costarle caro. Con el líquido
que salía por debajo del parche, escribió en su piel. Aún sin poder hacer
magia, aquel líquido irradiaba poder. Las paredes absorbían lo que escribía.
Solo le quedaba su cuerpo. Escribió dos runas en sus palmas, las juntó y
meditó.
El
brazo del sacerdote ardía con fuerza. Aquello era una señal. Shiin estaba
furioso y cerca. Aún estaban afuera de la ciudad, el sacerdote y el niño
estaban escondidos entre los arbustos. Miraban a todos lados, pero el sacerdote
estaba buscando una forma de escabullirse y entrar de nuevo en la ciudad. Tenía
que salvar a Shiin. Y no le quedaba magia para entrar de nuevo en la ciudad,
sacar a Shiin y salir. Aún menos para llevar a rastras al niño.
Hefesto
estaba sonriendo hasta que entró a la iglesia. Nunca había sido un gran
creyente, pero aquel lugar no le transmitía seguridad. Tanto silencio, gente
hablando en susurros y moviéndose en silencio. Se sentó en un banco de la
última fila. Intentó pasar desapercibido.
Su
mirada estaba fija en el altar de piedra. Era extraño, a pesar de ser una
iglesia pequeña, era una de las más antiguas del continente. A lo largo de la
historia, los dioses cambiaban, la guerra iba y venía, pero a pesar de todo, el
altar seguía siendo el mismo. Como si todo le fuese ajeno. Justo detrás, estaba
la representación del Padre con su espada y los cuatro emisarios guiando a los
hombres.
-
¿Es usted Hefesto? -dijo una monja que sin darse cuenta ya estaba enfrente suya-
el sacerdote Axel le espera en su habitación.
Aunque
no era del todo extraño, en las iglesias y monasterios que rendían culto al
padre, había muy pocas mujeres. Estaba reservado solo para hombres. Solo las
mujeres que habían quedado viudas, podían elegir velar a sus esposos ejerciendo
pequeños cargos para el culto del Padre. Ellas solían estar en la iglesia de la
Madre. Estaba reservado solo para ellas. Ambas religiones conformaban una
misma.
Al
entrar en la habitación del padre Axel, un hombre menudo y calvo le miró a los
ojos, asintió con la cabeza.
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