Grito Vacío
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domingo, 23 de abril de 2017

Otro relato corto (12)

               -Ten cuidado perro de la Iglesia, estás mordiendo más de lo que puedes masticar.

            Antes de replicarle, la figura vaporosa ya había desaparecido. Aquello le dio una idea a Shiin de donde podía estar. Aquello podría costarle caro. Con el líquido que salía por debajo del parche, escribió en su piel. Aún sin poder hacer magia, aquel líquido irradiaba poder. Las paredes absorbían lo que escribía. Solo le quedaba su cuerpo. Escribió dos runas en sus palmas, las juntó y meditó.


            El brazo del sacerdote ardía con fuerza. Aquello era una señal. Shiin estaba furioso y cerca. Aún estaban afuera de la ciudad, el sacerdote y el niño estaban escondidos entre los arbustos. Miraban a todos lados, pero el sacerdote estaba buscando una forma de escabullirse y entrar de nuevo en la ciudad. Tenía que salvar a Shiin. Y no le quedaba magia para entrar de nuevo en la ciudad, sacar a Shiin y salir. Aún menos para llevar a rastras al niño.
           

            Hefesto estaba sonriendo hasta que entró a la iglesia. Nunca había sido un gran creyente, pero aquel lugar no le transmitía seguridad. Tanto silencio, gente hablando en susurros y moviéndose en silencio. Se sentó en un banco de la última fila. Intentó pasar desapercibido.

            Su mirada estaba fija en el altar de piedra. Era extraño, a pesar de ser una iglesia pequeña, era una de las más antiguas del continente. A lo largo de la historia, los dioses cambiaban, la guerra iba y venía, pero a pesar de todo, el altar seguía siendo el mismo. Como si todo le fuese ajeno. Justo detrás, estaba la representación del Padre con su espada y los cuatro emisarios guiando a los hombres.

            - ¿Es usted Hefesto? -dijo una monja que sin darse cuenta ya estaba enfrente suya- el sacerdote Axel le espera en su habitación.

            Aunque no era del todo extraño, en las iglesias y monasterios que rendían culto al padre, había muy pocas mujeres. Estaba reservado solo para hombres. Solo las mujeres que habían quedado viudas, podían elegir velar a sus esposos ejerciendo pequeños cargos para el culto del Padre. Ellas solían estar en la iglesia de la Madre. Estaba reservado solo para ellas. Ambas religiones conformaban una misma.

            Al entrar en la habitación del padre Axel, un hombre menudo y calvo le miró a los ojos, asintió con la cabeza.

            -Lo tenemos mi viejo amigo, -ambos sonrieron-.

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