-Venga
muchachos, no debería haber ido demasiado lejos -gritaba uno de los soldados,
Vanesa estaba detrás aspirando a bocanadas-.
-Él niño se lo ha llevado. No sé por
qué el tipo de la taberna nos dijo que lo dejásemos en paz por la noche.
Maldito imbécil.
- ¿Ahora haces caso a lo que dice
ése anciano? Estás perdiendo facultades Vanesa.
Cuando las voces se habían vuelto
murmullos, si alguno de los guardias se hubiese fijado que la luz que entraba
en el callejón no llegaba al suelo. Como si algo le bloquease el paso. Nadie
vio nada y ahí se quedó todo.
-Chaval, dame esa mochila. Es de un…
amigo mío. Y si no me la das, ese tipo se enfadará.
El niño aún se aferraba a la bolsa
con fuerza.
-No falta mucho, -sacó de un
bolsillito un reloj pequeñito- mira chico. No querría estar en tu pellejo
cuando Shiin se despeje.
En el instante en que dijo el nombre
de Shiin, lo miró a los ojos con más fuerza. Levantó la mano y se cubrió el ojo
derecho.
-No eres un mimo, dime, ¿lo conoces?
Lo agarró de la manga y lo estiró.
Asomó la cabeza afuera del callejón. No había rastro de nadie. Cuando
estuvieron un rato, el niño ya no sabía dónde ir. Estaba perdido, miró a su
alrededor. No reconocía aquellas casas.
-Mira chaval, no me hagas perder el
tiempo.
De pronto unos guardias cruzaron la
esquina. Les vieron y empezaron a bocear:
-
¡Niño
dame esa bolsa! Llamad a los demás. ¡Deteneos!
-
Chico,
empieza a correr -dijo tirándole de la camisa-.
Comenzaron a correr como alma que lleva
al diablo. Pero antes de llegar a la esquina, otros guardias encabezados por
Vanesa y un hombre con una armadura llena de símbolos les cortaron el paso.
-Nos volvemos a ver, aprendiz del
apóstata Shiin.