“Dice ser el más fuerte, dice ser el más
inteligente. No tiene miedo, ser invencible. Pero yo solo veo a otro hombre con
miedo a la muerte.”
Me dolían los
brazos, las piernas y creía que mi cabeza estaba colgando. Me sentía como una
muñeca de trapo. Tuve un sueño, no sabría si llamarla una pesadilla. Recuerdo
que estaba una sombra en una caja de cartón. Estaba la sombra triste sentada y
observaba el infinito. No tenía ojos, lo recuerdo pero lo que creo que era su
rostro me miró y sentí un escalofrío. Sentí miedo y asco por aquella sombra tan
insignificante. Tan pequeña y quebradiza, pero aun así me hacía temblar. Su
forma de mirar me partía el corazón. Me hacía llorar como un niño que no encuentra
a su madre. Me hacía sentir insignificante. Me hacía sentir, que yo no debía
estar allí.
Y de pronto
abrí los ojos. Estaba en un calabozo. Un hombre con bata blanca bajaba por las
escaleras. Me observaba.
-Hola, señor…
¿Muñóz? Debería poder escucharme. Si es así, cierre los ojos dos veces.
Me di cuenta
que tenía el cuerpo paralizado. Esperé.
-Sé que usted
está despierto. Lo sé muy bien. Así que escúcheme, deberá tomarse los
medicamentos que he dejado a su izquierda. Tómelos cuando pueda. Y que el guardia
no lo sepa. Nos han dado órdenes de no suministrar medicamentos a los presos.
Le miré a los
ojos. Unos ojos profundos y tristes, el cabello gris y una bata tan blanca que
parecía tener luz propia. Tenía un rostro afable, pero me descolocó su sonrisa.
Conmovió mi corazón.
-Pareces joven
–se encendió un cigarrillo, aspiró el humo como escogiendo las palabras y se
decidió-. Antes, nosotros curábamos a cualquiera. Los que estudiamos para esto,
queríamos salvar vidas. Pero desde el Cambio… todo se fue al garete. Una
lástima. Tantos medicamentos que se tiran y tanta gente muriendo porque no los
puede adquirir… Lo siento, estoy desvariando. Tómalo. Te sentirás mejor.
Se fue
cojeando. Era alguien peculiar. Tomé como pude los medicamentos que me dejó. Me
volví a acostar. Esta vez, soñé que volvía a encontrarme con Natalia el primer
día que la encontré en casa. Vi perfectamente sus labios rojos, su cabello
ondeando. Vi sus ojos verdes mirando por la ventana. Era como una elegante
espada. Tan fría y tan mortal. Me miró y me arrodillé para besarle en la palma
de su mano. Puso sus labios en mi frente y cerré los ojos. Me dejé llevar hasta
que escuché una voz y el hedor a alcohol…
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