Grito Vacío
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miércoles, 11 de febrero de 2015

En la taberna de Rem 2

   Y entró entre murmullos al escenario. Se inclinó levemente para saludar al público. Ya era costumbre, era él y su voz. Todas las noches bajo el foco y enfrente de la oscuridad. Él frente a la soledad de quien abandona el mundo terrenal con cierto hastío. Ascendió a la tarima con un aura de poder. Anduvo a la vez que exigía el suelo por el que sus zapatos pisaban. De su fachada de piedra y detrás de su barba, algo menos que una sonrisa pero más que una mueca, empezó a seducir al micrófono...

   Delicadas palabras y suaves caricias para tantear sus curvas. Lentamente su mano se aferró con seguridad al mástil. Las palabras envejecidas como el vino camelaron a aquellos y aquellas que esa noche fueron a oír su romance con el micrófono. Desgajando cada palabra, cada lágrima y experiencia vivida. Si puso resistencia, de nada le sirvió. Con un beso cubierto de dolor, de ternura se despedía de cada punto. Él miraba fijamente a lo más profundo de aquella negrura tras los focos. Sentía cada gota de sudor humedecer sus manos.

   Su mundo solo se reducía a lo que sus manos acariciaban aquel instrumento. Ya no era él quien hablaba. De su mirada se pudo ver que ya no estaba en aquella sala. Su voz resonaba en la estancia y como si hilase oro, se sumergió en aquellas palabras, qué si eran verdad o mentira él era el único que lo sabe. Embriagado por algún sorbo de aquel wkisky, volvió su voz una melodía que era lentamente desgarrada. Perdía lentamente la cordura y aún todo tenía sentido. Él reía y era mentira, una lágrima fluía y quedaba ahogada con otro trago. Sus carcajadas se volvieron amargas y aún producían una sensación de seguridad. Como un marinero que se echa al océano, él se adentró aún más en los corazones de aquellas personas. Penetraba con sencillez en el pecho de aquel que le oía. Y aún así nadie le dio las gracias.

   Viejo y cansado, seguía susurrando palabras secretas. Una confesión propia de quien le manda una carta a su amada.A pesar de ser maltratado por los años, con cicatrices y quemaduras, reía sin miedo. No era imprudente, él era su mismo ser. Cada parte de su cuerpo, cada foco, cada palabra le concedieron aquel halo de sabio. No estaba feliz, ni satisfecho, pero tampoco triste. Pero a su vez se le veía feliz contando cada dolorosa historia como confidente aquel micrófono, amando y cuidando cada palabra como la experiencia le permitía.   

   Pasó del susurro al silencio saliendo de aquel estado catatónico. Despertando lentamente aquella ira que alimentada por la frustración de no poder hacer nada. Poco a poco se atenuaban las luces y dentro de sí mismo, algo pedía ser ahogado a golpe de barra y de humo. Y el micrófono se volvió a quedar en silencio, casi avergonzado y solo frente a la negrura. Y con el corazón o lo que le quedaba de él, soltó aquel instrumento poseído por sus demonios. Tan seductor y doloroso como la misma esencia del amor no correspondido. 

   Las luces se apagaron, ocultando las muestras de respeto hacia sus palabras. Bajó del escenario, se acercó al barman para pedir otro trago. Al cabo de unos minutos y varios tragos se fue tal como había llegado. Callado y entre los susurros de las personas que le echaban miradas furtivas. Si alguien lo vio, no lo se. Pero su ira era palpable. No quedaba nada de la tranquilidad. Sigiloso y aterrador, el hielo de su máscara se rompía a pedazos a cada paso. Y si me preguntáis os diré, que yo tampoco lo se ni lo comprendo. Así era él, ¿no?


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