Cerrar
los ojos y expandir mi mundo. Ver la misma ciudad y distintos colores. Olor a
primavera y a humo. Una niebla roja y espesa que cubre las calles. Una luna del
tamaño del sol, con ojos y una sonrisa cruel. Estrellas cubiertas de vendas y
susurrantes.
El
asfalto se vuelve arena y los edificios tienen ventanas de pegatina, las
puertas no abren. La pelota en el parque quieta que no rueda. Un camión de
bomberos con un lanzallamas. Y si profundizas un poco más, en el cementerio de
la esquina, verás esqueletos enterrando a niños.
Un
lugar que aterroriza, un lugar donde los monstruos del armario tienen libre
albedrío. Donde el tiempo transcurre de manera caótica. Un lugar único, un
espacio que es mejor no encender la luz, taparse los oídos y arrancarse los
ojos. Y todo esto en un instante, donde el límite lo dicta la imaginación de
sus moradores.
Una
ciudad que arde sin prenderse.
Y
entonces abro los ojos, miro alrededor incómodo por el sol que abrasa y que si
me pongo a la sombra hace frío. Y luego resulta que soy yo el loco.